El Periódico de Aragón

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Santiago Molina

Tercera página

Santiago Molina

La felicidad infantil idealizada

El problema surge cuando se pretende imponer un concepto separado de la realidad extraescolar

Hoy en día la felicidad es entendida como una especie de derecho fundamental de la persona. Tanto es así que en algunas Constituciones se obliga a los gobiernos a garantizar la felicidad de toda la ciudadanía. En España no se ha llegado a ese extremo, pero andamos muy cerca de ese idealismo mítico, al menos en lo relacionado con el bienestar de la infancia.

Con el fin de evitar posibles equívocos, quiero dejar claro que considero una obligación de todos los adultos hacer cuanto esté en nuestras manos para lograr que los niños y niñas sean felices. El problema radica cuando el concepto de felicidad de los profesionales dedicados a inculcar en la infancia los valores que, según ellos, son los ingredientes básicos del bienestar emocional infantil tienen poco o nada que ver con los principios éticos que respiran los niños en sus vidas cotidianas. Cuando se produce esa dicotomía se genera una peligrosa bipolaridad moral en la infancia que le induce a interiorizar que el camuflaje es la estrategia más eficaz para conseguir que les dejen la menor cantidad posible de heridas los consejos que imparten, sin que nadie se los haya pedido, esos nuevos moralistas en que se han convertido los expertos en educación emocional que hoy pululan por las escuelas, por las empresas y hasta por los medios de comunicación.

Perrenoud, en su libro El oficio de alumno y el sentido del trabajo escolar, describió muy claramente el proceso por el que los alumnos interiorizan que la escuela es una especie de torneo absurdo en el que siempre ganan los que practican una doble moral: la pública, cuya característica principal es amoldarse superficialmente a los valores que prescribe la educación escolar, y la privada, que se caracteriza por poner en funcionamiento un mecanismo de defensa del yo, consistente en hacer lo contrario de lo políticamente correcto, ya que es el único recurso que le queda al alumno para tratar de reconquistar, aunque solo sea en parte, el equilibrio psíquico perdido.

Según Fernández, García y Galindo, en su libro Escuela o Barbarie, el coaching derivado de la Psicología Positiva (la nueva ciencia de la felicidad), basado en la ignorancia y en el buen rollo entre profesor y alumno, es la técnica más eficaz de alienación de la infancia, ya que está más que demostrado que genera una serie de patologías en los niños, tales como el estrés, el agotamiento emocional y el síndrome del alumno quemado.

Como ejemplo de la discrepancia existente entre los valores que propugna la Psicología Positiva en relación con la felicidad infantil y lo que piensan los niños al respecto, a continuación presento un resumen de los resultados encontrados en una investigación propia, en la que fueron preguntados 240 niños españoles de ambos sexos de enseñanza primaria y secundaria, asistentes a colegios públicos, y otros 240 ecuatorianos de escuelas privadas.

Para una correcta interpretación de esos resultados, es necesario saber que los niños no tenían que elegir las respuestas contenidas en un cuestionario, sino que respondían sin ninguna limitación de forma totalmente anónima a esta pregunta: ¿Qué harías tú para que todos los niños sean felices? Por razones de espacio, me limitaré a mencionar solo las respuestas de los niños españoles que evidencian más claramente esas discrepancias.

Dejaría que cada cual haga lo que le dé la gana. Haría que los trabajos escolares se hicieran sin tener que esforzarse. Inventaría un aparato que nos permitiera volar. Construiría una máquina que al darle a un botón convirtiera los sueños en realidades. Inventaría una máquina para sacar de la crisis a todos los países.

Obligaría a los gobiernos a respetar los derechos de los niños. Suprimiría todos los profesores y cerraría todas las escuelas. Fabricaría una máquina para controlar el tiempo, que hiciera todos los trabajos que mandan en la escuela, y que nos permitiera aprender sin tener que estudiar. Fabricaría una máquina que nos hiciera invisibles. Pondría un salario para todos los estudiantes. Haría que todos los días del año fueran festivos. Haría que nadie tenga que trabajar para poder vivir decentemente. Permitiría la venta libre de alcohol y entrar a las discotecas a los menores de 16 años.

Como dije al principio, nadie con sentido común puede estar en contra de que todas las esferas sociales, incluida la escuela, contribuyan a que los niños sean felices. El problema surge cuando se pretende imponer a la infancia un tipo impostado de felicidad, basado en los postulados de la Psicología Positiva creada por Seligman. Es decir, un modelo de felicidad separado radicalmente de las condiciones de vida y de los estímulos axiológicos que rodean a los niños en la realidad cotidiana extraescolar.

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