Un artículo publicado el pasado jueves, sobre Margarita Robles en su calidad de "cómplice entusiasta del espionaje a abogados defensores de independentistas catalanes", finalizaba con el siguiente párrafo:

"Quienes hemos disfrutado del off the record de la ministra, apreciamos lo sabrosa que resultaría Robles para el espionaje indiscriminado, que solo desea comercializar la indefensión ciudadana. En su reencarnación como hooligan de los atropellos gubernamentales, la muy progresista Robles es más peligrosa para el Estado que los independentistas catalanes, y tan susceptible por ello de ser espiada "con todas las garantías" como los abogados de separatistas. Probablemente ya está hackeada, y como la ministra sostiene cuando afecta a otros, a quién le importa".

Dadas las circunstancias sobrevenidas menos de una semana después de la publicación, conviene precisar que el articulista aplicaba estrictamente las reglas de la lógica, sin más datos para alcanzar su conclusión que los aplastantes precedentes. Robles se ha comportado como una negacionista del virus, nunca mejor dicho, que acaba infectada por no vacunarse. La ahora coceada por el espionaje de Pegasus no basaba su inmunidad en su jerarquía ministerial, sino en su condición inigualable de magistrada del Supremo, quién se atrevería con uno de nosotros los olímpicos. En la nueva normalidad, los hackers no espían a quien pueden, sino a quien quieren. Es un axioma antiguo, recuerden la famosa réplica de Edward Snowden cuando le preguntaron si se podía vigilar a Obama.

"Dame su teléfono móvil"

 Si no te espían, no eres nadie. Si eres digno de atención, llevas al cuello un dogal informático que podrá ser activado contra ti en el momento procesal oportuno. El texto sobre la ministra hackeada partía de una hipótesis altamente probable, pero el único punto certero del artículo premonitorio radica en su conclusión. Han espiado a Margarita Robles, qué más da. Es lo mismo que dijo su señoría cuando espiaba a los demás.