El Periódico de Aragón

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Carmen Bandrés

Sedimentos

Carmen Bandrés

Trabajadoras en precario

En precario y en silencio. Tras las celebraciones en torno al primero de mayo, se impone una reflexión sobre el trabajo de la mujer, que no de la mujer trabajadora, porque las más de las veces su labor es tan poco valorada que ni siquiera se percibe una contraprestación tangible.

¿Somos lo que comemos? Mientras los nutricionistas afirman que sí, la presencia de la mujer en la agricultura y ganadería es indudable, si bien en absoluto queda ello reflejado en una nómina ni en las estadísticas del Ministerio de Trabajo y Economía Social, muy a pesar de algunos tímidos avances para actualizar los registros de la Seguridad Social, como la ley de Titularidad compartida en la explotaciones familiares agrarias y su repercusión en la cotización y acceso a la jubilación. El trabajo agrario dista mucho de ser lo que fue antaño, de sol a sol, con un ojo mirando al cielo y el otro pendiente del arado tras una bestia de tiro; los tiempos cambian y, pese a los desatinos humanos, suelen hacerlo para mejor; pero lo que apenas ha cambiado es la invisibilidad de la existencia femenina en el campo, tan tradicional y conocida como, paradójicamente, poco o nada reconocida. Es decir, silenciosa o silenciada hasta el extremo de hacerse irrelevante a efectos legales.

Si salimos del entorno rural y recaemos en el urbano, también aquí encontraremos numerosos ejemplos de invisibilidad del trabajo femenino, sobre todo en relación con la crianza de los hijos, unida al sacrifico de la carrera profesional, y la asistencia a personas dependientes, importantísima labor social que carece de la oportuna consideración y suficiente contraprestación, hasta el punto de que suele ejercerse normal y habitualmente por mujeres que carecen de otras oportunidades, salvo que se trate de la abnegada entrega por parte de familiares, obviamente sin remuneración.

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