Cuenta la leyenda editorial que en torno a 1992, cuando se iba a inaugurar la Exposición Universal de Sevilla y España se llenó de exiliados de la Argentina, asolada por las sucesivas crisis de la época, los libros de Julio Cortázar y de otros autores iberoamericanos descansaban sin alcanzar ni el privilegio de la espera en las librerías.

En esas circunstancias, empujadas por el propio boom español pero también por cierta xenofobia, el en ese momento preterido autor de 'Rayuela', un editor recién llegado preguntó por qué teniendo su editorial los derechos del genial hombre alto del boom sus libros no llegaban a las estanterías españolas. “Es que habría que traducirlo”, le dijeron.

A partir de ahí aquel joven editor se empeñó en Cortázar. De pronto el autor de 'Todos los fuegos el fuego' regresó como si volviera del frío, al grito del eslogan que acompañó a la aventura fértil de sus cuentos completos, que fueron los primeros que regresaron, pletóricos, a aquellas estanterías en las que faltaba hasta 'Rayuela'.

Fue una fiesta de Cortázar a la que, modestamente, contribuí desde una editorial empeñada entonces, y ahora, en juntar la pasión de escribir o de leer en España y en América Latina. Fue el regreso de algunas explicaciones de por qué el boom había nacido en los países del sur del mundo hispano, y poco a poco otros aguerridos editores (de Alfaguara, donde se produjo aquel episodio de perplejidad ante la ausencia del gran mago, y de otros sellos, ahora hay americanos del norte y del sur por todas partes, tan saludable es el cambio) han roto el maleficio y ya la distancia no es el olvido para legiones de lectores a los que no hay que traducirles che o macanudo.

Es una alegría ver ahora esa estantería en la que coexisten los patronos de aquel boom, que coexisten, también en librerías hispanoamericanas, con jóvenes (o veteranos) autores que van y vienen de América en los lomos suaves del diccionario común. A esa alegría ahora se suma, en el mayor festival literario de España, 'Ñ', la presencia de Argentina como segundo país invitado de su historia (diez años ahora hace que lo puso en marcha Alberto Anaut). Cada noviembre desde 2009, este hombre, Anaut, periodista, empresario de la cultura, que inventó un modo de juntar a los escritores para que hablaran entre ellos como si todos estuvieran a bordo de un barco de palabras, se ha atrevido a hacer de la cultura de escribir un espectáculo, que aun no tiene las dimensiones de la FIL de Guadalajara pero que, conociéndolo, un día se acercara a las dimensiones fantásticas del barco que Raúl Padilla y Marisol Shultz guían en la tierra de Juan Rulfo. En esta ocasión dirigirá la singladura una librera, Lola Larumbe, empeñada en Madrid en juntar a autores de las dos orillas en coloquios que se han hecho ya imprescindibles (en vivo y en Internet) en los diarios de los autores, de las editoriales y del público.

Antes de uno de esos coloquios (esta vez con la autora valenciana Bárbara Blasco, último premio Tusquets con 'La memoria del alambre') le pregunté esta semana a Lola por qué Argentina. Ah, para ella Argentina ha sido todo como lectora. El primer libro de su vida lo compró a los quince años, editado por Losada, y era de Antonio Machado, símbolo del exilio español… Luego siguieron llegando a su estantería adolescente, viniendo siempre de Argentina, Miguel Hernández, Pablo Neruda… “Abrías los libros y olían como a la bodega de un barco… Y me fijaba en la última página y ponía 'Impreso en Argentina'… También leí los cuentos de Cortázar sin saber de dónde era ese autor. Había leído a Carmen Martín Gaite, a Miguel Delibes, incluso a Gabriel García Márquez, pero no a Cortázar. Y me sorprendí, quedé maravillada. Y donde siguen estando ahora Cortázar o Jorge Luis Borges, el más grande, hoy también están Mariana Henríquez, Samanta Schweblin, Selva Alamada…”

¿Y cómo te explicas ese boom argentino?

Me parece que Argentina está más cerca de la tierra, de las vivencias. En el norte está todo como amortiguado, ¿no?, y sin embargo mira todo lo que pasa en Chile, en México, en Perú, en Colombia, que parece que están escribiendo, como en Argentina, con tierra en las manos, escribiendo sobre algo que están pisando cada día. Por eso tienen tanta fuerza sus literaturas. Son más terrenales, como si estuvieran pugnando por brotar.

Le pregunté a una argentina-española en España, Mariángeles Fernández, editora, profesora, cortazariana desde que, a los catorce años, le regalaron 'Rayuela', de donde viene esa magia inmortal del creador de 'la Maga'. Aquel libro fue “un distintivo generacional”, adoptado por jóvenes lectores que, en 1963, querían cambiar el mundo, y que lo comprendieron mejor que los contemporáneos del propio Cortázar.

“Luego compré por mi cuenta un libro que fue un juguete y un manual de supervivencia contra la solemnidad: 'La vuelta al día en ochenta mundos'. Un señor muy famoso, que vivía en París, se divertía haciendo hablar a las gallinas y elevaba al trono de la gran literatura a mi amado Julio Verne, al que yo leí en bellas colecciones juveniles editadas… por los republicanos españoles exiliados en Buenos Aires”.

La familia de Mariángeles “emigró en 1952 de la Castilla profunda a la Patagonia ignota”, cuando ella tenía cinco años; en 1982, ante la perspectiva de una dictadura eterna a cuenta de la Guerra de las Malvinas, emigré y regresé a mi tierra natal, y aquí comprendí el lado de acá y el lado de allá, pues Cortázar reconcilia en 'Rayuela' la posibilidad de sentirse por lo menos de los dos lados. No hay que elegir, hay que sumarlos. Eso es lo que he hecho y la lectura de Cortázar ha sido mi hilo de Ariadna en la vida…”.

Ella trabajaría luego con Mario Muchnik, “su amigo y último editor”, al que se debe la impar aparición de un libro que volvió a hacernos amar al hombre que hizo de 'Rayuela' una biblia que prolongó nuestras adolescencias, 'Los autonautas de la cosmopista', que nos hizo por un tiempo tan juveniles como aquel hombre alto que a todos nos hizo también argentinos.

Ahora, en noviembre, todos diremos acá Argentina con Ñ.