El Periódico de Aragón

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Carmen Pérez Ramírez

La estética del momento

Las modas, las tendencias se basan en la estética que adopta la sociedad a través de los influencers o influyentes que concurren y sobresalen en el entorno. Cuando las redes sociales no existían, las revistas del corazón, la televisión, el cine y lo que llegaba del mundo anglosajón marcaban formas, maneras de vestir y de peinarse muy definidas. Aquella parte de la sociedad que consumía moda pertenecía a una burguesía acomodada; el pueblo llano, la gente obrera iba a la peluquería de vez en cuando para hacerse la permanente o cortarse el pelo, y la ropa se la solían coser en casa con los patrones de Burda o la compraban en las tiendas del barrio.

Lo que ahora vemos es la facultad de adoptar, de manera personal, sin imposiciones estrictas nuestra estética, se podría decir que se ha democratizado –si el término sirve para entender que cada cual hace y lleva lo que le apetece–. Estamos en la era de la imagen y la comunicación a través de medios digitales, con una divulgación arrolladora, traspasando no solo la imagen sino también el sonido de la palabra, la cual modifica nuestra visión. Las ventanas informáticas y sus plataformas son los amos del momento, su dominio está tan bien pertrechado que no existen armas disuasorias para evitar su manipulación.

El cinco de febrero, esperando el autobús vi cómo los familiares de una niña, de unos diez años, le enseñaban una estampa de Santa Águeda. La niña exclamó: ¡Anda, como Rigoberta Bandini! La carcajada fue general. En el trayecto del bus pensaba cómo una cantante con música pegadiza y letra reiterativa y simple, poniendo como imagen publicitaria una teta, era capaz de llegar a las mentes infantiles y a las adultas que se creen feministas. Un entendimiento débil, superfluo y banal compuesto para colocarse a modo de gusano musical en las mentes de los espectadores. La imagen, per se, debe ser insumisa y rebelde pero se agradecería que se sustentase con el respaldo de un buen nivel musical y artístico. Las influencias, la estética que son transmitidas con tozuda dedicación suelen conseguir sus objetivos aunque sean efímeros y lo saben. Nada es inocente.

Ha existido siempre una teoría, de principios del siglo pasado, que relacionaba la situación macroeconómica y la moda. Según el índice Hemline (índice de dobladillo), la extensión de los vestidos y faldas se acortan o se alargan según las crisis o las bonanzas generalizadas. En los locos años veinte los vestidos se fueron acortando, en cambio cuando llegó la Gran Depresión las faldas se tornaron minimalistas con larguras tobilleras. A mediados del siglo XX llegó el Pop Art, el color, nuevas vanguardias, el optimismo y las faldas volvieron a reducir centímetros. Si analizamos nuestra actual crisis espasmódica, inmersos en bloqueos, violencia y contracciones económicas, se podría decir que la influencia en la moda tiene que ver con nuestro supuesto estado de shock, y nos ha dado por en enseñar las mamas bajando escotes, los glúteos llevando pantalones modelo inguinal, el ombligo con cinturas de caída pélvica. La moda actual popularizada es intensa, paródica y poco agraciada, seguramente por lo que nos está tocando vivir y exhibicionista por el escaparate que se ha ido creando de cara a sentirnos protagonistas de nada.

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