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Santiago Molina

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Santiago Molina

Psiquiatrización de la infancia

Hay una tremenda presión de las farmacéuticas para que ciertos comportamientos sean patológicos

Según la mayoría de los pediatras, los problemas mentales de los niños han aumentado considerablemente después de la pandemia del covid. Sin embargo, la auténtica psiquiatrización de la infancia se remonta al año 1980, cuando la Asociación Americana de Psiquiatría calificó el Trastorno por Déficit de la Atención e Hiperactividad (TDAH) como una enfermedad mental. Desde entonces hasta hoy el diagnóstico de ese síndrome ha crecido exponencialmente en todo el mundo, lo cual permite dudar de si el aumento de casos se debe a un mal diagnóstico o a una realidad.

Antes de intentar dilucidar ese dilema, me parece fundamental aclarar dónde radica la frontera entre normalidad y anormalidad. Desde mediados del siglo XIX, se ha comprobado empíricamente que cuando se hace un estudio multitudinario sobre algún fenómeno relacionado con las habilidades y capacidades de las personas, la frecuencia del mismo se distribuye formando una especie de campana, conocida como la campana de Gauss por ser este estudioso quien lo comprobó por primera vez. También se sabe que alrededor de 70% de los casos se distribuye un poco por encima y otro poco por debajo del valor mediano (es decir, en la zona central de la curva) y que, de forma simétrica, un 15% se sitúa en el extremo izquierdo y el otro 15% restante en el extremo derecho. En función de esos datos, se determinó que son normales todos los sujetos situados en el centro y son anormales los situados en ambos extremos de la curva. Esto, que tiene sentido estadístico, se extrapoló al mundo de la psicopatología y se dio por bueno que los situados en el 15% de la izquierda son subnormales y los ubicados en el otro extremo son superdotados.

Ese modo de clasificar diagnósticamente a los sujetos se ha venido haciendo hasta hoy por el mero hecho de aplicar pruebas diagnósticas psicométricas, cuya fiabilidad está basada en ese tipo de datos estadísticos. Es cierto que también se suelen emplear pruebas clínicas cuyos criterios diferenciales son síntomas que se consideran patológicos independientemente de su frecuencia. Esta concepción del diagnóstico psiquiátrico, aparte de ser mucho menos científica que la psicométrica, tiene otro inconveniente mayor, debido a la tremenda presión económica por parte de los laboratorios farmacéuticos para conseguir que muchos comportamientos perfectamente normales sean considerados patológicos en los manuales que cada año elabora la American Psychiatric Association. Dichos manuales son la biblia del diagnóstico psiquiátrico a nivel mundial.

Allen Frances (reputado catedrático norteamericano de Psiquiatría y antiguo director de esa asociación), en su libro ¿Somos todos enfermos mentales?, afirma que el efecto combinado de esas modalidades diagnósticas, la proliferación de psicólogos escolares y las presiones económicas de los laboratorios farmacéuticos explican que, por ejemplo, el denominado Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) se haya convertido en los últimos treinta años en una especie de pandemia en los países con un elevado nivel de vida, que solo ataca a los niños, especialmente en el ámbito escolar. Según dicho autor, hasta el año 1997 el aumento de niños diagnosticados como TDAH se situaba en torno al 15%, lo cual encaja perfectamente en los criterios estadísticos de la campana de Gauss. Sin embargo, a partir de ese año, en que ciertas multinacionales farmacéuticas comenzaron a comercializar varios fármacos para la solución de ese trastorno, la frecuencia anual de casos diagnosticados aumentó un 50%.

¿Quiere ello decir que dicho trastorno es un mero invento psiquiátrico? Evidentemente existe, pero no con una frecuencia tan elevada. G. Vinuesa, G. Pardo y P. Álvarez, en su libro Volviendo a la normalidad, ofrecen argumentos muy bien fundamentados para mostrar que la principal variable que explica esta anómala proliferación de niños TDAH es el tipo de diagnóstico, ya que continúa basándose en criterios estadísticos y de tipo clínico sin que hasta ahora se haya evidenciado ningún marcador biológico asociado a dicho trastorno. En cualquier caso, hay un criterio diferenciador perfectamente claro y fácil de usar por cualquier persona con sentido común. Si un niño presta atención intensa y duradera a lo que le interesa y, en cambio, no la mantiene en lo que no está interesado, jamás debería ser diagnosticado como TDAH. Pero el problema no solo radica en el uso que se hace del diagnóstico de este síndrome, sino que, por desgracia, en los últimos años han aparecido otros, tan o más peligrosos, como es el caso del trastorno bipolar infantil, lo cual está contribuyendo a que muchos miles de niños se vean obligados a pasar lo mejor de sus vidas tomando unos psicofármacos con efectos secundarios muy perjudiciales para el desarrollo saludable de la infancia. El prestigioso psicopedagogo australiano Roger Slee, en su libro La escuela extraordinaria, después de analizar las investigaciones más relevantes sobre estos síndromes, se pregunta: ¿Quién quedará como niño normal cuando los cartógrafos de los trastornos mentales cuelguen sus instrumentos, quiten el polvo a su banco de trabajo y doblen sus mandiles?

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