El Periódico de Aragón

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Juan Bolea

Sala de máquinas

Juan Bolea

Víctor del Árbol

Hacía ya algún pandémico tiempo que no visitaba Calamocha y fue un placer hacerlo en compañía de Víctor del Árbol, uno de los más interesantes e intensos novelistas españoles. Allí nos recibió Maite Beltrán, concejala de Cultura, cuyo constante y excelente trabajo se cimenta en un equipo competente, coordinado por Pilar Esteban.

Entre otras instalaciones, tiene Calamocha una privilegiada sede en la sala José Lapayese, donde los oradores, relajados por la madera, el cristal y la pintura blanca están casi siempre rodeados por cuadros o fotografías de alguna exposición. Este mes, por los grabados de Tintas negras de Manuel Grau, una magnífica muestra, con aires goyescos, del talento de un autor que se inspira en temas clásicos y que, curiosamente, utiliza el precipicio, el vacío y el vértigo, como una de sus señas de identidad.

A Víctor del Árbol le han llamado en ocasiones «el novelista del dolor», pero en Calamocha desveló que su principio a la hora de construir personajes no es otro que el amor. «Amor por las imágenes, por la realidad, por los distintos caracteres de la trama… Intentando explicar la realidad más dura de la manera más tierna». Para, según otro de sus principales propósitos, «contar las historias de los que no tienen historia» o que, tan a menudo, se refugian en el silencio. Un silencio que el novelista recuerda de qué modo se adensaba en su propia familia resonando como un eco vacío en sus casas a fin de enterrar los recuerdos de la guerra civil y de la posguerra como algo que nunca debería revelarse. Siendo ese, precisamente, el del secreto, el del olvido, uno de los campos predilectos de un Víctor del Árbol atento al alma humana en sus más recónditos escondrijos y rincones, aguzando libro tras libro su mirada y su análisis psicológico en línea de aquel Dostoievski que leyó en su adolescencia y que tanto poso le dejó.

A pesar de su conocimiento de la naturaleza humana, Del Árbol no considera que el hombre haya llegado a una cumbre. Por el contrario, nos encontraríamos aún en su protohistoria. ¿Quiénes somos? ¿Cuál es nuestra verdad? ¿Qué queremos? ¿Por qué cambiamos? Puede que las respuestas a alguna de estas preguntas se encuentren en novelas como La tristeza del samurai o El hijo del padre y puede que no, pero vale la pena leerlas.

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