El Periódico de Aragón

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Sergio Ruiz Antorán

La pasarela calabacín

Anastasio nos sorprende con un atuendo compuesto de mono blanco raído, pimentado de salpicaduras de sustancias impredecibles hasta para el espabilado de CSI Miami, y camiseta remendada de la carrera del Pryca del 89 con incrustaciones de pintura reseca. Como complemento luce una gorra verde calada con logotipo de marca de piensos ganaderos. Rematan el uniforme un par de botas veteranas, recias y con agujero aireador incorporado, más cubierta extra de barro datado en fecha caduca.

Ese día que descubres que en tu armario hay un cajón o dos de ropa indeterminada e indescriptible, adaptada a la definición de la Pasarela Calabacín del tan ficticio como común Anastasio, estás entrando en una fase definitiva de mímesis rural. Te estás pasando el juego del neorruralismo.

Es la economía circular de las prendas que en la ciudad ni echarías a la bolsa "de los pobres" por tener más agujeros que estrellas en el cielo. Aquí todo vale, todo se recicla hasta una vida infinita porque para salir a remover el huerto, darle un paseo a la desbrozadora, levantar el murete de piedra seca o podar los almendros no es cómodo ponerse de pret-à-porter.

El estatus lo dan el número de manchurrones impresos en la faena, y el único límite es que no se impregne a olor de muerte para que el convecino no se asquee a tu lado al echar el quinto en la barra. Aquí nadie te mira raro si te paseas menos mono que ese de la viruela nueva.

No seamos estereotipados. En el pueblo hay todo tipo de modas. Los que van a la última, los normales si eso existe, los de mercadillo, los grises, los colorines y una subespecie que parece que le ha atracado el armario de Isabel Tocino o Bertinete. De todo. Y cada vez menos de esa imagen de boina, gayata y alpargata que hizo viral el franquismo para denigrar a los Anastasios de turno y que algún animal de asfalto aún espera encontrar en sus safaris por el pueblo.

Ahora en las ciudades se ha puesto de moda la Pasarela Calabacín. Brotan las tiendas de ropa al kilo y segunda mano y se conciencia, el que puede pagarlo, por eludir la compra máxima de grandes marcas de la explotación laboral asiática por la moda ética y sostenible de cercanía. Nada nuevo. Recuerden ese traje regional que airea en los Pilares. Esos de faja preta para que aguante la espalda y agarre la hoz al cinto. ¿O para qué creen que servía el cachirulo? Para que la lluvia de sudor gordo no desembocara en la cara. Recuérdenlo cuando vean al Anastasio con su camiseta del Pryca. Es lo moderno de siempre. La dignidad del trabajador de campo. Respeto.

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