El Periódico de Aragón

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Roberto Malo

El triunfo del trompetista

La misión de Ennio Morricone, hasta que llegó su hora, fue componer las mejores melodías del Cinema Paradiso. Desde su Roma natal, que no quiso cambiar ni por la mejor oferta en Hollywood, escribiría frenético un mundo sonoro único y original. Llevo silbando sus temas toda la semana (en realidad, llevo silbándolos toda la vida), con motivo del deslumbrante documental Ennio, el Maestro, dirigido por Giuseppe Tornatore, un sentido homenaje al compositor de cine más popular y prolífico del siglo XX, autor de más de quinientas bandas sonoras, que se dice pronto. El inicio del documental está marcado por el tempo de un metrónomo mientras el músico en su casa realiza su habitual rutina de ejercicios. Iba para médico, cuenta a cámara, pero su padre, trompetista, le dijo que se tenía que ganar el jornal con la trompeta y lo apuntó al conservatorio. Mientras desgrana su vida, contemplándonos tras sus gafas empañadas, jalonan el filme testimonios de un montón de cineastas (Clint Eastwood, Quentin Tarantino, Roland Joffé…) y toda suerte de compositores (John Williams, Pat Metheny, Mike Patton…), dando una visión poliédrica de este músico lírico y vanguardista, experimental y genial. Tremendamente emotivo el viaje. Al volver del cine, eufórico pero con ganas de más, revuelvo entre mis viejos elepés y encuentro los de La misión, Érase una vez en América, Novecento y Los intocables de Eliot Ness (en todas esas películas aparece Robert De Niro, curiosamente). Toca escucharlas una vez más. En el buscador de mi plataforma de televisión escribo Morricone y me salen un buen puñado de películas disponibles. Tras unos instantes, me decido por visionar de nuevo El bueno, el feo y el malo (con ese gran título nunca me he podido resistir, es una de mis debilidades). El éxtasis del oro me pierde.

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