El Periódico de Aragón

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Daniel Gascón

Muerte de un impresor

En abril de 1994, el día que yo cumplía 13 años, mi padre me llevó a la imprenta Cometa, en una nave de la carretera de Castellón. Vivíamos en Urrea de Gaén e íbamos a Zaragoza: el regalo de cumpleaños era ver En el nombre del padre. Paramos antes en Cometa porque entonces él llevaba la editorial Olifante y estaba preparando la edición de Abisal cáncer, de Miguel Labordeta. Me presentó a la gente que trabajaba en la imprenta. Uno de ellos era Javier Gil, que ha fallecido hace unos días en Zaragoza a los 70 años a causa de un infarto. Esa tarde, Javier me enseñó cómo funcionaba la imprenta. Me mostró las máquinas y los pliegos y me explicó cómo se hacía un libro y las partes que tenía. Yo había estado en redacciones de periódicos y había visto cómo se corregían textos. Conocía algunas cosas de la edición -desde la transcripción de un dietario a la elección de la portada- pero no esa parte, tan mecánica y artesanal al mismo tiempo, que me describió con paciencia y afecto.

Javier Gil trabajó en La Catalana Occidental y en Gráficas Navarro Sender. Perteneció a Rolde, promovió unas becas para la edición de unos libros vinculados al Centro Aragonés de Barcelona, participó en la edición de muchos volúmenes y revistas. Lo encontré otras veces: vino con su mujer -la neuróloga Carmen Pascual- y sus tres hijos a otro de los pueblos donde viví con mi familia, La Iglesuela del Cid. En 2001, cuando publiqué mi primer libro, La edad del pavo, en Xordica, el editor Chusé Raúl Usón me dijo que fuera a revisar los ferros a la imprenta de Javier Gil. Se había ido de Cometa y había montado Gráficas Navarro Sender. Javier me regaló una prueba de los forros del libro, plastificada, que durante mucho tiempo estuvo en el comedor de la casa de mis abuelos.

De vez en cuando lo veía en las cenas y actos culturales, pero luego esas coincidencias se fueron espaciando. Supe, por mi padre y por amigos comunes, que había tenido problemas. «La fortuna, al final, no estuvo de su lado y lo desarmaron muchas circunstancias: la enfermedad mental, la bipolaridad, la depresión, el desamparo que a veces nos golpea, le dejaron inerme», ha escrito Antón Castro. Hacía mucho que no lo veía y ahora los procesos de edición son distintos, pero cada mes, cuando mando el número de la revista en la que trabajo a la imprenta, la imagen que me viene a la cabeza es la de aquellas máquinas que Javier Gil me enseñó una tarde en la carretera de Castellón.

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