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Luis Negro Marco

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Luis Negro Marco

Putin, o la desmitificación del comunismo

Según su credo, ‘desnazificar’ Ucrania es dejar a cinco millones de personas sin hogar

De los tres tipos de totalitarismo que devastaron Europa a lo largo de la primera mitad del siglo XX (fascismo italiano, nacional-socialismo alemán y comunismo ruso) solamente ha sobrevivido hasta nuestros días el comunismo.

Una supervivencia que nace del hecho de que la Rusia comunista de Stalin (cuya dictadura –afianzada por los asesinatos en masa, las purgas de la disidencia y la instauración del miedo a través del terror– emanó del golpismo bolchevique tras la Revolución de 1917) fue una de las tres potencias (junto a los Estados Unidos de Roosevelt y la Gran Bretaña de Churchill) que derrotaron a las potencias del Eje Tokio, Berlín, Roma (bajo el poder del emperador Hiro-Hito, de Hitler y de Mussolini, respectivamente) en la II Guerra Mundial (1939-1945). Una guerra de exterminio que se saldó con 45 millones de muertos, de ellos 7 millones de judíos que fueron asesinados en las cámaras de gas de los campos de concentración nazis. Otra de las causas de la anacrónica vigencia del comunismo radica en su pronta y exitosa implantación (antes de que se declarara la II Guerra Mundial) a través de la Komintern y de los eficaces agentes y espías soviéticos que se instalaron en China (entonces en guerra con Japón), Europa, Hispanoamérica –principalmente Méjico– y en los Estados Unidos.

Así, en un mundo que había vivido la devastación de la I Guerra Mundial (1914-1918) y que se encaminaba indefectiblemente hacia una nueva conflagración mundial, la eficaz propaganda soviética se esforzó en mostrar a la Rusia comunista como adalid mundial contra el fascismo, contra el imperialismo y como firme defensora de la paz mundial.

Pero se trataba solamente de eso, de una eficaz y panfletaria campaña de propaganda (de la que muchos intelectuales de prestigio internacional fueron –consciente o inconscientemente– cómplices necesarios) que ocultaba una terrible realidad de control absoluto de la vida de las personas y su total sometimiento a los dictados de una privilegiada élite que decidía arbitrariamente los designios del Estado.

Una pronta prueba del desprecio a la verdad y a la moral de la Rusia soviética lleva fecha propia: el 23 de agosto de 1939 (apenas 4 meses después de la victoria de Franco en la Guerra Civil Española, a quien Rusia combatió en España bajo la bandera del antifascismo) día en que Hitler y Stalin sellaron el acuerdo germano-soviético de no agresión en los inicios de la II Guerra Mundial. En virtud de este acuerdo de paz nazi-comunista, Alemania y Rusia (bajo la bandera del antiimperialismo capitalista occidental) procedían a repartirse de manera secreta sus respectivas áreas de influencia en el Báltico (Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania) y Polonia, país que fue invadido, sin casus belli, tanto por Alemania como por la URSS. Un acto de guerra unilateral que derivó en la Matanza de Katyn, nombre del bosque en el que fueron asesinados y enterrados en fosas comunes, por órdenes directas de Stalin, más de 7.000 oficiales polacos que formaban parte de un grupo de más de 80.000 soldados y mandos que, apresados por los soviets, fueron deportados a los temibles gulags de Siberia, muriendo la mayoría de ellos por causa de la brutalidad de los trabajos forzados a que fueron sometidos, el frío y el hambre.

Gregor

Así, de pronto, el comunismo de la URSS veía beatíficamente al nazismo de Hitler: «El fascismo es una cuestión de gusto… Nuestra amistad (nazi-comunista) ha sido sellada con sangre. Solo los enemigos de Alemania y la URSS pueden esforzarse por crear y fomentar la enemistad entre los pueblos de ambos países». De este modo resumía Molotov (ministro de exteriores de la URSS en 1939) la alianza de la Rusia comunista con la Alemania nazi.

Putin dice que ha declarado la guerra a Ucrania para proceder a su desnazificación. Veamos qué dice la Historia sobre la históricamente mistificada imposición del comunismo ruso en Ucrania: Por órdenes de Stalin más de 6 millones de campesinos (kulaks) y sus familias fueron condenados a la pena de muerte por inanición, por haberse mostrado opuestos a la implantación de los koljoses (centros de colectivización de la tierra, administrados y pertenecientes al Estado).

Putin, el desnazificador, sabe bien de lo que habla, porque él, exagente comunista del KGB –policía heredera de la temible Cheka de Stalin y homóloga de la Gestapo nazi de Hitler– llegó a teniente coronel tras 16 años de servicio y nada más llegar al Kremlin lo primero que hizo fue colocar a varios de sus excamaradas en puestos clave de su gobierno.

Según el credo comunista de Putin, desnazificar Ucrania es condenar a cinco millones de personas a quedarse sin hogar y obligarlos a buscar refugio en los países vecinos para salvar sus vidas. Desnazificar Ucrania es arrasar ciudades enteras sometiéndolas a bombardeos continuos e indiscriminados. Desnazificar Ucrania es cometer crímenes de guerra y de lesa humanidad sobre civiles inocentes.

Con su criminal guerra de Ucrania, Putin ha evidenciado que la irracionalidad del comunismo –el último de los totalitarismos– equivale a la pérdida de la razón, a la mentira, al desprecio absoluto de la dignidad humana y de las libertades personales y –ya no solo a la exclusión– a la eliminación física de los diferentes, si necesario, para alcanzar sus fines totalitarios.

Es así como Putin ha desmitificado la falsa idea de que el comunismo ha arrebatado (jamás lo ha hecho ni lo hará) a la Iglesia Católica la bandera de los pobres.

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