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Candido Marquesan

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Cándido Marquesán

Aprender a dialogar

Las redes sociales y el móvil no son más que formas de evitar el contacto humano y la relación directa

Nuestra sociedad se caracteriza por la huida constante del diálogo. Las redes sociales, los mensajes de wasap, el móvil no son más que formas de evitar el contacto humano y la relación más directa y profunda de un diálogo cara a cara, mirándonos a los ojos. Habituados a un flujo permanente de inputs comunicativos de información y de entretenimiento, nos aburrimos con una gran facilidad. Somos incapaces de fijar nuestra atención en una sola cosa. Al recurrir al móvil en todos nuestros encuentros sociales, mostramos sin recato nuestro desinterés y nuestro aburrimiento, lo que impide cualquier intercambio o discusión de una cierta profundidad. Estamos siempre en otra parte y es curioso que tal hecho socialmente ya no se considere una falta de educación. Huimos del diálogo, del cruce de miradas, porque implican un compromiso. En todos los momentos se trata de conectar, pero sin prestar atención. La conversación y el diálogo requieren de un contexto, de un tiempo concreto.

Aprender a dialogar

Permanentemente mostramos que estamos muy ocupados para entrar a fondo en algo. Las relaciones personales y de amistad ya no funcionan si no es con móvil como recurso a partir del cual comentamos novedades, trivialidades o cualquier frivolidad viral en Twitter o en Instagram. En las reuniones de trabajo nadie mira ni presta atención a quien habla. Miramos obsesivamente a nuestro móvil, ya que de lo contrario podemos ser consideradas personas raras o poco ocupadas. Demostramos a los otros que tenemos muchos cometidos y centros de interés. Por ahora, aún no se ha impuesto la consulta del móvil en medio del acto amoroso, aunque ya al acostarnos o al despertarnos besamos antes a nuestro móvil que a nuestra pareja.

Por ello, las relaciones sexuales son cada vez más infrecuentes. El mundo digital está llevando una cruzada contra la posibilidad de la empatía. Somos cada vez más, seres aislados en una burbuja de soledad inmensa. Hoy, la soledad del hombre se agiganta. Se busca compañía en la engañosa virtualidad. «El éxito del invento de Zuckerberg radica en haber entendido necesidades humanas muy profundas, como la de no sentirse solo nunca –siempre hay alguien que puede ser «amigo» tuyo– y vivir en un mundo virtual donde no hay dificultades ni riesgos (no hay discusiones, las rupturas son sencillas y pronto se olvidan, todo es mucho más soportable que en la vida real)», advertía Zygmunt Bauman. La soledad, que era una conquista para la creación y el pensamiento, en el capitalismo se tornó una mercancía más.

El diálogo ha sido en la historia la base que ha sustentado nuestra sociedad y la democracia como sistema político. Los valores de la cultura occidental se basan en el diálogo y el intercambio, no solo de palabras, sino de sentimientos. Por ende, la importancia del espacio público y de los ámbitos de sociabilidad. Internet y las redes sociales no son un espacio público de encuentro propiamente, son solo ámbitos de conexión. Son cosas muy distintas. En el mundo digital no se dialoga, ya que frecuentemente nos parecemos a dos perros separados por una valla, ladrando y enseñando los colmillos con una virulencia feroz, prestos a arrancarnos la carne si no mediara una barrera. Juan Soto se pregunta: ¿somos tan cabrones como parece por las redes sociales? Su respuesta y seguramente la nuestra es que no. Ocurre lo mismo cuando estamos al volante. Da igual de lo sensato y cabal que seamos, pero en un coche nos volvemos agresivos hasta límites increíbles. Como en un campo de fútbol, donde gritamos y proferimos los insultos más brutales.

La psicosocióloga Sherry Turkle que ha investigado la importancia del diálogo como base de lo social, muestra su gran preocupación por la pérdida de esta competencia en niños y jóvenes. Ahí también tiene su parte de culpa la escuela al no trabajar adecuadamente la competencia lingüística oral y escrita en los alumnos.

Hablar y escuchar son aptitudes que se dominan si se practican, y que la plasticidad de nuestro cerebro provoca que se pierdan si no se utilizan. Hay universidades norteamericanas con materias de diálogo para los estudiantes, al ser conscientes de su importancia para conformar nuestro carácter, pero sobre todo por el fracaso virtual.

La paradoja es que queremos estar con los demás, y a la vez en otra parte. Mientras asistimos a un acto o a una celebración, nos conectamos con otros sitios en los que también querríamos estar. Lo que nos produce un gran estrés, angustia e insatisfacción. Los jóvenes en lugar de disfrutar de la fiesta a la que asisten, están preocupados por saber si sus amigos están en otra fiesta mejor. En este contexto, el diálogo, y de hecho la relación, tiene que ser fragmentaria y superficial. Entre los jóvenes existe la preferencia por los mensajes de texto para evitar el hablar cara a cara, lo cual tiene una gran carga emocional y muchos aspectos imprevistos e incontrolables.

Ahí radica su fuerza y su atractivo. Un diálogo «en persona», nos proporciona un gran aprendizaje. Se desarrolla lentamente, nos enseña a escuchar, a prestar atención a los aspectos no verbales y a los matices. Escuchar no es un acto pasivo, consiste en dar la bienvenida al otro, en afirmar al otro en su alteridad. La escucha antecede al habla. Escuchar invita al otro a hablar. Así, escuchar puede servir de terapia para el otro. En una sociedad de rampante sordera, escuchar es un acto subversivo.

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