El Periódico de Aragón

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Jesús Membrado

Tercera página

Jesús Membrado Giner

Miente que algo queda

Las falsedades son una forma de destruir la reputación, de anular ideas y deslegitimar propuestas

La invasión rusa de Ucrania ha hecho que el rechazo de los finlandeses y los suecos a la entrada en la OTAN de hace un año (solo uno de cada cinco finlandeses y uno de cada cuatro suecos lo planteaban), haya dado la vuelta, y actualmente el 90% de la población finlandesa y más del 60% de los suecos lo apoyan. A tenor de esto y de la previsible entrada de países históricamente neutrales o no alineados a la Alianza, buscando la cláusula de defensa colectiva del artículo 5 del Tratado, resulta patética la estrategia de Putin de guerrear para alejar las fronteras con la OTAN y por sus veleidades imperialistas conseguir tenerlas a sus puertas. Como dice el refranero «si no quieres taza, taza y media».

Pero no es de esto de lo que pretendía escribir. Me llama mucho la atención cómo estos países, orgullosos de su neutralidad, resuelven una decisión de semejante calibre sin necesidad de un referéndum, tan solo con la aprobación y debate en sus parlamentos, tras encuestas que muestran el cambio de opinión de sus ciudadanos. Me asombra la credibilidad de estas prospecciones sociológicas. ¿Se imagina alguien que esto ocurriera en nuestro país? ¿Que diéramos un valor casi científico a la opinión pública a través de las encuestas?

Acostumbrados a ver todos los días decenas de encuestas que, en gran parte, obvian hasta la ficha técnica, y tienen la intencionalidad de autoayuda a políticos, empresas o productos, esto sería imposible. Obviando la polémica que las encuestas del CIS sobre intención de voto suscitan todos los meses, hay un ejemplo ilustrativo con Feijóo, para el que fue cuestión de llegar y besar el santo. En apenas 15 días, sin saber qué pensaba, y con solo decir las palabras mágicas de «rebajar impuestos», gran parte de los tabloides madrileños se llenaron con encuestas que anunciaban la escalada milagrosa del PP en el mercado demoscópico.

Los mismos que un mes antes alababan a Casado en la confrontación con datos favorables en su opción de gobierno, mostraban ahora que la buena educación, y una imagen afable y cordial era el mejor camino para llegar a la Moncloa.

En estos tiempos acelerados, las noticias y hasta los políticos duran un suspiro. Se monta cualquier escándalo, el asunto es trendig topic unas horas y aquí no ha pasado nada. Lo importante es el movimiento para alimentar la democracia del espectáculo y de la superficialidad, que es lo atrayente. El ejemplo lo tenemos en una reciente polémica muy ilustrativa. «Los señores del Gobierno quieren prohibir el vino y la cerveza», decían tabloides nacionales en primera página y en las portadas de sus versiones en internet.

Una falsa polémica originada porque las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de la mortalidad y la segunda de hospitalización en España. Pues bien, ante ello, los gobiernos central y de las comunidades autónomas, por unanimidad, quieren promocionar hábitos de vida saludable. A este bulo se sube Ayuso con un comentario: una foto con una copa de vino, y un montón de seguidores la jalean. Cuando el Gobierno aclara, nadie rectifica, mucho menos la presidenta madrileña.

Decía el profesor Arsuaga, que, a diferencia de los humanos modernos, los neandertales no conocían el sentimiento de la vergüenza. Yuval Noah Harari sostiene en su libro Sapiens que el cotilleo resultó un elemento esencial para la evolución de la humanidad. Porque durante miles de años la vergüenza y el cotilleo han sido mecanismos de control social, el temor al deshonor, evitar ir de boca en boca, estar marcado por algo. Era aquello de «no te hagas notar, no des qué hablar» de nuestros padres. Ahora las nuevas tecnologías han hecho caer la vergüenza y convertir el cotilleo en algo más que el deporte más apreciado por los humanos. Las falsedades y las «mierdas» a las personas o a las instituciones, son una forma de destruir la reputación, de anular ideas, de influirnos en nuestra forma de pensar, de deslegitimar propuestas.

Y en esa vorágine, hay medios de comunicación, periodistas, políticos y muchos intereses que se mueven como pez en el agua. Y entre tanto, el ciudadano de a pie, sobrecargado de información y aburrido de escuchar las mismas falsedades decenas de veces, busca distraerse del ruido y desenchufar si puede porque, muchas veces, el ruido es el mensaje.

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