El Periódico de Aragón

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Victoria Trigo Bello

Rafael Castillejo, un año después

Rafael Castillejo se marchó hace un año pero no cerró con llave su desván. El desván de esos recuerdos continúa accesible y con una dirección electrónica y un número de móvil para contactar. No sé quién contestará, pero cada cual puede auto servirse de lo que le interese de esa memoria que Castillejo recopiló y siempre compartió. Personalmente, celebro que siga abierta la puerta de ese genial archivo de las pequeñas historias y de los momentos en que la infancia y la juventud parecían inacabables.

Fuimos muchos los que seguíamos a Castillejo y le escuchábamos dejando que a nuestros rostros asomara una nostalgia que se aliviaba con la admiración que nos producía que alguien nos contara tan maravillosamente nuestra propia vida. Era muy fácil sentirse amiga, amigo, de alguien tan erudito como generoso. Castillejo fue un virtuoso coleccionista de lo que no suele figurar en grandes manuales, de lo que pasa inadvertido en los titulares y en las crónicas de lo mayúsculo, pero se queda para siempre en los anaqueles del alma colectiva, en el ayer de generaciones de cromos, kioscos, churros y tardes en las ferias o en el circo.

No es la primera vez –ni será la última–, que me hago eco de la voz de mi padre, Esteban, que quería que Zaragoza dedicara una calle a Rafael Castillejo. Quizás sea ya el momento de reunirnos quienes tanto quisimos a Castillejo para plantear seriamente esta propuesta al ayuntamiento. No creo que sea difícil conseguirlo y, además, contar con una amplia simpatía ciudadana porque Castillejo fue alguien por encima de siglas políticas y afanes de notoriedad. Castillejo fue el culto y documentado notario de nuestros parques, nuestras fiestas del Pilar, nuestras noches de Reyes. Castillejo, amenísimo comunicador que llenaba salas y espacios culturales, que siempre tenía una foto para prestar, un tiempo para dedicar a quien se lo solicitaba, sigue siendo un álbum de instantáneas, un caleidoscopio en el que, como si viajáramos en aquellos tranvías que surcaban adoquines, giran nuestros recuerdos más queridos e irrenunciables.

Gracias, Rafael Castillejo. Gracias por permanecer.

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