El Periódico de Aragón

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Sergio Ruiz Antorán

Rosa y Pilar

Rosa y Pilar pasaron a mejor vida hace un año. No, esto no es ningún obituario. No se me equivoquen. A estas dos no les dio un patatús. No hay quien pueda con ellas. Son duras y bravas, son mujeres aragonesas. Sólo les pasó eso que usted y yo esperamos nos llegue un día: la jubilación.

Hace ahora doce meses estas dos maestras rurales colgaron sus libros tras una merecida dedicación que, sé con certeza, caló en generaciones y generaciones de alumnos que pasaron por su aula de conocimiento.

Distintas. Rosa dio clases en el mismo colegio donde estudió. Pilar vino al campo desde fuera, adaptándose desde la ciudad con toda la conciencia del mundo.

Iguales. Porque ambas construyeron esa honda herencia de sabiduría y emociones haciendo eso tan sumamente complejo como es educar bien, con paciencia y exigencia, y siendo una referencia para sus niños y sus vecinos, que las reconocieron como algo propio. Esos referentes femeninos tan necesarios y brillantes entre tanta testosterona, como las represaliadas María Moliner o María Sánchez Arbós.

Miriam lleva cuatro años en el mismo CRA. Está feliz porque hace poco llegaron unos niños nuevos al centro. Hijos de inmigrantes. Y triste porque acaba el curso y no sabe si repetirá en este lugar al que le ha cogido cariño. Su caso es extraño. Quiere permanecer en un destino con poco glamour, alejado de la ciudad, de esos, como casi todas las escuelas rurales en Aragón, donde un interino va a sumar puntos para subir en esa lista que les deje en Zaragoza.

Ahora que termina el curso escolar veremos marchar a esas promesas de funcionarios, jóvenes, que vienen y van. Algunos perciben que terminarán por estos parajes, como Bea, una sonriente montañera de Ateca. Pero la mayoría apestan a que viven este retiro como Napoleón en Santa Elena.

Esta evaporación veraniega del profesorado provoca que estos no terminen de entender dónde están, no se enreden como deberían con la sabiduría local, se empapucen de sus lenguas, tradiciones o peculiaridades, del particular contexto social o cultural, no se hagan querer porque simplemente, para qué, si se irán.

La anunciada bajada de cupos no favorece la solidificación de equipos docentes duraderos, esos que emprendan proyectos innovadores, como en Alpartir, Olba o La Fueva. Urge un programa de incentivos que hagan más atractivos estos espacios para permanecer y no sean parada de paso. Porque la educación, la buena, la pública, en la que se debe invertir, no puede dejar al necesitado mundo rural. Porque el futuro se siembra con Pilares y Rosas.

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