El Periódico de Aragón

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Antonio Morlanes

El precio del hambre

Casi mil millonesde personas en el mundo, una de cada siete, sufren desnutrición

El mundo está dividido en dos tipos de personas, en lo que a su relación con la comida se refiere, aquellos que deben vigilar y tener precaución con lo que ingieren pues incide negativamente en su salud ocasionándoles problemas como sobrepeso o diabetes. Estos seres, sometidos a un sacrificio constante, tienen que regular lo que comen y privarse de aquellos alimentos que serían perjudiciales para mantener una vida sana. Luego está el segundo grupo que no tiene que tener ningún cuidado con la alimentación pues carecen de ella. En este lado de la balanza se encuentran países enteros, donde la hambruna los acompaña de manera persistente y cruel en su vida cotidiana y durante toda su existencia.

Los que pertenecemos al primer grupo (léase el alimentado por exceso) buscamos todo tipo de excusas para que no pese en nuestras conciencias el hecho de que millones de personas pasen hambre, y explicamos eso tan manido de que la población en el mundo crece en términos exponenciales y, sin embargo, los alimentos lo hacen de forma lineal. Pero no nos engañemos, lo que crece o decrece es el dinero y el ansia de que con ello la oferta y la demanda sea dinámica y muy rentable, sin embargo, esta forma de distribución no es la mejor posibilidad de reparto alimentario para todas las personas en el mundo. Pero nosotros insistimos con las estadísticas que además de tranquilidad nos dan hambre.

Casi mil millones de personas en el mundo sufren desnutrición, es decir, una de cada siete no recibe los nutrientes, en cantidad y calidad, necesarios para su supervivencia y, además, están ubicadas en territorios muy concretos, África en especial y parte de Oriente. Ante esta situación los países que no tenemos este problema nos ponemos retos para conseguir que desaparezca el hambre en el mundo. Aunque han sido muchas las propuestas a lo largo del tiempo destinadas a paliar la miseria alimenticia, vamos a centrarnos en la última que está dentro de los 17 objetivos de desarrollo sostenible que ha definido la ONU para el año 2030. 17 propósitos generosos, limpios y sobre todo humanos, pero me temo lo que pasará y no soy vidente: cuando llegue el final del periodo estimado los dirigentes que se han comprometido a conseguirlo ya no estarán en su cargo y será difícil pedir responsabilidades sobre tan bonitos objetivos, sin embargo, habrán sido años de buenas intenciones.

Centrémonos en ellos. Los dos primeros son los que hacen referencia al hambre: 1. Erradicar la pobreza en todas sus formas por todo el mundo y 2. Poner fin al hambre, conseguir la seguridad alimentaria y una mejor nutrición, y promover la agricultura sostenible. A que les ha emocionado, es tan bonito, pues no quiero ponerles los otros 15 objetivos porque terminarían llorando. Lo malo de esto es que continúa el hambre arraigado en los mismos lugares y para la misma gente y nos podemos preguntar por qué sucede esta forma tan inhumana de subsistencia, pues verán, quizás el principal motivo sean las guerras tribales, pero que al mundo desarrollado, como nos pilla muy lejos, no nos incide y, además, ni siquiera son noticia para los medios de comunicación, pero sí son la consecuencia de la siembra del egoísmo y la corrupción y con ello conseguir nuestros beneficios a bajo coste; la pobreza, la falta de agua, las enfermedades y un sinfín de causas.

Nos dice UNICEF que en Yemen, Somalia, Sudán del Sur y el noroeste de Nigeria, 22 millones de niños están hambrientos y enfermos. El Programa Mundial de Alimentos (WFP) da la cifra de que 66 millones de escolares asisten al colegio con hambre. Naciones Unidas nos pone encima de la mesa el trágico número de 8.500, estos son los niños que mueren cada día por desnutrición. Me resisto a referenciarles más sobre estos niños, que su único delito ha sido nacer en el lugar equivocado, o simplemente nacer.

Pero a lo que no me voy a resistir es a poner en cifras lo que cada año se desperdicia en el mundo: 1.300 millones de toneladas de alimentos, con esa cantidad sería suficiente para alimentar adecuadamente a 2.000 millones de personas. Entonces, ¿dónde queda el crecimiento exponencial de la población y lineal de los alimentos que refería al inicio de este artículo? Sin duda, es una forma inadecuada de gestionar los recursos, es un volver la espalda a otros seres humanos como nosotros que necesitan que se les incorpore al mundo de la supervivencia, sin embargo y a pesar de todo, estoy seguro de que con una mentalización por un consumo racional podemos ser igual o quizás mejor personas porque lo que importa es el bienestar conjunto de todos.

Ahora vivimos unos momentos en los que una guerra que sabemos más cercana, la de Rusia a Ucrania, nos afecta en nuestra forma de vida y empezamos a preocuparnos y valorar que no tendremos la sobreabundancia a la que nos habíamos acostumbrado, pero continuamos dejando al margen a toda esa gente que nunca recibirá ni la décima parte de lo que nosotros consumimos. Aprovechemos este conocimiento, que nos viene producido por causas ajenas, para corregir las injusticias que se ciernen sobre todos esos niños, que muchos de ellos no llegan a los cinco años.

Es fundamental que por disfrutar de nuestra forma de vida, primero agradezcamos la suerte de haber nacido en un país desarrollado y después poder afrontar con recursos acontecimientos negativos como los que estamos viviendo en estos momentos. Debemos ser conscientes de que cuando nos vienen problemas, desajustes en la cadena de suministros, nunca se aproximan a la triste realidad de esos 66 millones de personas, ya que su acompañante permanente en la vida es el hambre nunca llegado a satisfacer. Cuando esas personas se embarcan en buscar una vida mejor y vienen a nosotros, en las peores condiciones y riesgo, las tratamos como si esa huida hacia delante fuese un capricho de ellos, un viaje de vacaciones, y lo único que desean es poder abrir los ojos por la mañana y ver un trozo de pan. Ahora nuestro problema, que no se trata de minorarlo, es que los alimentos están caros, pero están.

El mundo es un lugar en el que todos debemos vivir y con ello compartir los recursos que se nos da. Seamos personas racionales y solidarias.

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