El Periódico de Aragón

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Ángela Labordeta

De qué lado estamos

Siempre me he preguntado la razón por la que el fútbol resulta tan adictivo y narcotizante. No encuentro respuesta racional, porque imagino que es emocional y seguramente responde a algo educacional y de alguna manera es reconfortante sentirte cerca de miles y miles de personas que sin saber nada de ti ni de tu entorno, ni de tus ideales ni sentimientos comparten contigo unos colores y unos nombres que te hacen sentirte único y privilegiado en las victorias, así como único y desolado en las derrotas. El mundo en general está hecho de derrotas y de victorias y lo son tanto las colectivas como las individuales y tanto unas como otras suman y restan en la misma medida.

En estos días hemos asistido a una cumbre internacional de la OTAN, que se ha celebrado en España, y que al calor de la guerra contra Ucrania nos la han vendido como el paraguas frente a todas las atrocidades de las que pudiéramos ser víctimas de todos aquellos países que paradójicamente viven en conflicto y a los que la OTAN jamás respetó, sino más bien ninguneó, vulneró y en ocasiones sacrificó.

Es desolador tener que formar parte de algo casi por obligación –sea un equipo de fútbol, una alianza atlántica, una comunidad…–, porque si no lo haces sucede lo más terrible, que es quedarte al margen de todo y en ese instante entender que tu lado es el de los perdedores o el de las minorías, que al fin y al cabo es casi lo mismo, y es el lugar en el que casi nadie se atreve ni quiere estar.

Si realmente fuéramos valientes, entenderíamos que nuestra fortaleza no se puede ni debe medir con el baremo de la debilidad de los otros, los que no somos nosotros y a los por supuesto despreciamos. Si realmente fuéramos valientes, entenderíamos que nuestra grandeza está en la fuerza de nuestra compasión para todos aquellos que no somos nosotros y que ni rezan ni enarbolan nuestras banderas y mucho menos comparten nuestros himnos, que en ocasiones están llenos de balas y de sacrificios. Si realmente fuéramos valientes, entenderíamos que no hay peor enemigo que nosotros mismos cuando por nuestros colores, sea una camiseta o una bandera, odiamos y somos capaces de matar o de defendernos sin saber muy bien de qué nos estamos defendiendo, porque al fin estamos simplemente solos y tampoco sabemos muy bien de qué lado, si acaso realmente existe un lado en el que se pueda respirar y vivir en paz. Si realmente fuéramos valientes, dejaríamos que los otros fueran como nosotros cuando buscamos salidas en un ‘expreso a medianoche’ donde las fronteras son esa campana que no queremos escuchar.

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