El Periódico de Aragón

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José Mendi

Somos la ‘mañoría’

La suma de individualidades produce masas amorfas, en forma de rebaño

La mayoría es cuestión de calidad. Sabemos que lo métrico no siempre es razonable, aunque sea cuantificable. Pero se impone lo mensurable frente a lo imponderable. Curiosamente este criterio lo aplicamos a la esfera social, pero no a la personal, la emocional, ni la racional. Casi nada. Nos medimos con los demás y contra el resto. En cambio, somos seres únicos con emociones propias, que tenemos la libertad de equivocarnos pensando estupideces. La suma de individualidades produce masas amorfas, en forma de rebaño, que son presa fácil de pastores, perros y lobos.

La ideología, sea democrática o no, la economía y la religión, protagonizan este tridente de control social. La colaboración de diferentes personalidades, sobre objetivos compartidos, cohesiona equipos y nos hace crecer gracias a una visión transversal y participativa. Si acertamos con la decisión correcta, sentimos satisfacción con el acierto. Ahora, si una mayoría refrenda nuestra elección, nos venimos arriba.

Buscamos más adhesiones que razones, sin importarnos si estamos en lo cierto. Aunque, estando tan arropados, nos atrae más el sudor impulsivo del grupo, que la lógica de unas feromonas razonadas. Los gustos son cuestión de sentido. Pero las creencias pertenecen al terreno de los disgustos. Aquí, las mayorías cambian en cantidad y calidad. Decía Séneca que la religión es algo verdadero para pobres, falso para sabios y útil para dirigentes ¡La filosofía es tan pragmática!

Hay muchas mayorías. La más contradictoria es la silenciosa. Tan numerosa como tímida y tan efectiva como impredecible. Cuando todo parece perdido, millones de conductas que huyen del ruido, dan un pisotón social sincronizado, que provoca un cataclismo comunitario. Está la mayoría pretenciosa. Suele ser abrumadora en cantidad y lujuriosa en su ejercicio. Nadie la nombra y todos la desean.

Hay una mayoría quejosa, dinámica e inestable, por la que todos pasamos. Unos sufren toda su vida en ese rincón del cenizo y otros duran lo mismo que su blasfemia social. En la sociedad de consumo, convivimos con la «mayoría de primer impacto». Una estrategia comercial que visibiliza mejor lo que desean que compremos. Sea un detergente o un líder como Feijóo o Ayuso, que llevan al escaparate, tras retirar un maniquí más sólido pero de poca venta. Existe, por supuesto, una mayoría sinuosa, escurridiza y camaleónica. Se infiltra en el poder, sin que nadie la elija, ayudada por reptilianos de su misma especie.

Es una mayoría de retroceso, como la que convierte el derecho del aborto en un delito en Estados Unidos. Tiene eficacia local, pero es una estrategia global que ya está entre nosotros. Luego hay una mayoría que está contra las mayorías. Es la denominada trilateral de lo banal. Sus protagonistas son la anarquía, la abulia y lo antisistema. Es una mayoría que no participa… para que aprendan. Despliegan la estrategia del escuadrón suicida de La vida de Brian (1979).

La mayoría social es la resultante del juego de todas las mayorías. La mayoría individual que adoptamos es la consecuencia del conflicto personal que nos lleva a decidir entre lo mejor para nosotros, y nuestra prole, y lo que beneficia al conjunto de la tribu humana con la que nos relacionamos. En realidad son aspectos que se pueden medir y predecir. Pero también manipular. Sólo desde un pensamiento crítico personal, junto al de los demás, podemos hacer que la mayoría más cualitativa, la racional, sea la mayoritaria.

En septiembre comienza un esprint que decidirá alcaldías, autonomías y el gobierno de España. Tenemos, o tememos, un debate sobre si las elecciones las ganarán mayorías que se decanten más por el bolsillo o por las emociones, por la simpatía o por el rechazo, por la ideología o por la eficacia. No son incompatibles.

La próxima clave electoral será la cercanía. La proximidad entre iguales, es la relación más democrática y potente entre gobernantes y gobernados.

El control, la participación, la estabilidad o la sintonía ideológica, son actores secundarios de un protagonismo cercano y tranquilo. Los populismos aplastan la cercanía. Por la izquierda, por intromisión, y por la derecha por exclusión.

Les dejo una reflexión para este verano, en el que mi pluma descansará tanto como su cabeza. La izquierda necesita cercanía amable con las diversas mayorías, y entre sí. Lo saben Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. Un buen gobierno lo es, si es cercano y tenaz. En Aragón lo valoramos en su balance, por su buena gestión, porque somos la mañoría.

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