El Periódico de Aragón

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Juan Bolea

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Juan Bolea

Volver a Alejandría

Me acuerdo muy a menudo de Francisco Pérez Abellán, Paco para los amigos, que tan prematuramente se nos fue… Su imponente presencia, su magnífica oratoria, aquellos libros suyos en los que el periodismo de sucesos se convertía en pura investigación y nos iluminaban con su científica lucidez y su lúcida prosa vuelven a mí envueltos en admiración y leyenda.

En vida, Paco Pérez Abellán fue autor de medio centenar de ensayos, tan memorables como los inspirados en los magnicidios cometidos en la reciente historia de España o su literaria autopsia a la decimonónica momia del general Prim, que sacó de su ataúd para rogarle nos revelara los secretos de su muerte, quién o quiénes atentaron contra él, siendo presidente del Gobierno, en la calle del Turco…

Cada vez que concluía de escribir uno de sus libros, Paco tenía la costumbre, que se había convertido en un ritual, de volver a leer El Quijote, algunos de cuyos pasajes sabía de memoria. Lo hacía como un homenaje a la lengua que tantas alegrías le había dado y tal vez para resituarse en la corriente cultural que él consideraba más autóctona y propia, la del Siglo de Oro español.

En mi caso, acostumbro releer cada verano El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, seguramente la novela que más me ha fascinado, y en cuyas páginas, por veces que las haya pasado, descubro siempre nuevas fuentes de placer y técnicas literarias de asombrosa originalidad y modernidad.

Los admiradores de Durrell nos hemos preguntado muchas veces dónde exactamente residirá la magia de El cuarteto. Si en alguno de sus cuatro volúmenes –Justine, Balthazar, Mountolive y Clea– o en el conjunto de todos ellos, entendidos como una obra coral, tal como el autor la concibió. Si en alguno de sus memorables personajes –Nessim, Mnejiam, Naruk, Darley, Pursewarden, Capodistria…– o en el elenco de todos ellos, prodigiosa humanidad de la Alejandría de entre guerras que Durrell retrató como nadie había hecho.

Ahora, al presentarse el calor africano de este nuevo verano, y al haber terminado otra novela, regreso, como Abellán a su Quijote, a la Alejandría durrelliana en pos de los amores de Justine y del juego de amores espejados con que el reflejo de la ciudad en el Mediterráneo nos sigue meciendo al ritmo de sus mágicas mareas.

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