Cuando en la mañana del 11 de julio de 1936 el capitán Cecil Bebb hacía girar las hélices de su biplano, modelo Dragon Rapide y despegaba del aeropuerto londinense de Croydon, aparentemente lo hacía para llevar a sus cuatro pasajeros a unas placenteras vacaciones en las islas Canarias. Los afortunados turistas eran las jóvenes inglesas (ambas de 18 años de edad) Diana Smythies y su amiga, Dorothy Watson, además de Luis Bolín, corresponsal en Londres del diario ABC y Hugh Pollard (padre de Diana) experto en armas de fuego y con una larga y contrastada experiencia en revoluciones, así como destacado miembro de la Inteligencia británica.

Por indicaciones del padre de Diana, ella y su amiga (The beautiful blondes –las bellezas rubias– como posteriormente se las llamaría en los libros de historia sobre la guerra civil española) llevaban puestas gafas de sol y la ropa adecuada para hacerse pasar por simples turistas. Pero el verdadero propósito de aquel viaje era otro bien distinto y determinante para el devenir de la Historia de España.

Desde hacía varios meses (tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones generales que se habían celebrado en España en febrero de 1936) un numeroso grupo de altos mandos militares, coordinados por los generales José Sanjurjo y Emilio Mola Vidal, con el apoyo de amplios sectores de la economía y de la sociedad civil española (principalmente monárquicos y falangistas) estaba planificando un levantamiento militar contra el gobierno de la República, conformado por los representantes de un conglomerado de partidos nacionalistas y de todo el espectro de la izquierda española, cuya coalición había ganado las elecciones.

El general Franco (con gran prestigio entre los militares y la clase política por su brillante actuación en la guerra de Marruecos) que entonces –y desde el 21 de febrero de 1936– era Comandante Militar de Canarias, fue conocedor de los preparativos de la sublevación desde el primer momento, pero se tomó mucho tiempo antes de comprometerse con los conspiradores. Tanto que el general Mola ya había decidido seguir adelante sin contar con él.

Sin embargo, una vez que Franco se decidió a participar en el golpe de estado, era preciso buscar la fórmula para, sin levantar las sospechas del Gobierno (cuyo presidente era Manuel Azaña) trasladar a Franco hasta el Protectorado español de Marruecos, con el fin de que se hiciese con el mando de las tropas comprometidas en la sublevación y coordinar su traslado hasta el sur de la Península. Objetivo que posteriormente se materializó a través de un meticulosamente planificado puente aéreo, conformado por una escuadrilla de aviones alemanes proporcionados ad hoc por Hitler.

Con esta premisa, el Dragon Rapide comenzó su “despegue” en el transcurso de un almuerzo en el londinense restaurante “Simpson´s in the Strand”, cuyo anfitrión (por indicaciones previas de Juan de la Cierva –el célebre inventor del autogiro– y del marqués de Luca de Tena, propietario del diario ABC, ambos implicados en la sublevación contra el gobierno de la República) fue Douglas Jerrold (director del periódico conservador británico English Review) siendo sus invitados los ya anteriormente mencionados: Luis Bolín y Hugh Pollard, quien recibió el encargo de tratar de convencer a su amigo (y como él, antiguo miembro del M16) Cecil Bebb, para que pilotara el avión de la que se dio en llamar “Operación Dragon Rapide”. Tomándolo como una “aventura interesante”, Bebb aceptó gustosamente la propuesta.

El día 15 de julio, tras varias escalas en Francia, Portugal, Tánger y Casablanca, el Dragon Rapide, con las beautiful blondes y Pollard a bordo (Luis Bolín había desembarcado en Casablanca) aterrizaba en el aeropuerto de Gando (Gran Canaria) donde se informó al capitán Bebb que se trasladase hasta Las Palmas en espera de instrucciones. Ese mismo día, Mola conseguía, en Pamplona, que los carlistas se adhirieran al levantamiento militar, superándose así el último obstáculo para la sublevación. En consecuencia, Mola envió el siguiente mensaje a todos los generales implicados: “El 17 a las 17”, lo cual quería decir que tendrían que iniciar el alzamiento el 17 de julio a las 5 de la tarde. Poco después, desde Melilla, el general Solans radiaba que se había apoderado “de todos los resortes del mando” en aquella ciudad española.

Con la muerte del comandante militar de Las Palmas (el general Armando Balmes) fallecido el 16 de julio en extrañas circunstancia (oficialmente por habérsele disparado el arma que manejaba) la suerte volvió a ponerse del lado de Franco, pues la asistencia a su funeral le proporcionó la coartada perfecta para trasladarse, sin levantar suspicacias, a la isla, donde le aguardaba el Dragon Rapide para llevarlo a Marruecos.

Así, en la madrugada del 18 de julio, desde Las Palmas y vestido de paisano, Franco dictó órdenes a todos los puestos de mando de las Canarias para que se alzaran contra las autoridades civiles y telegrafió a todos los generales de división de España, exhortándoles a la rebelión contra el gobierno de la República.

A las 2 de la tarde de aquel día, Franco llegaba al aeropuerto de Las Palmas y estrechaba la mano del capitán Bebb, piloto del Dragon Rapide, a quien indicó el destino de su vuelo: Casablanca. Durante el viaje, Franco se vistió con ropas árabes y colocó su uniforme, así como varios documentos (algunos le habían sido entregados por Diana Smythies, insertados como texto de un ejemplar de la revista Vogue) en el interior de una maleta que arrojó al mar.

El 19 de julio, un día después de su llegada a Casablanca, donde Franco fue recibido por Luis Bolín (el cual acabó convirtiéndose en su jefe de prensa durante la guerra civil) el que habría de ser “Caudillo de España” viajaba de nuevo a bordo del Dragon Rapide, esta vez, con destino a Tetuán, capital del Protectorado español de Marruecos. Allí, al descender del avión, fue recibido por el coronel Saénz de Buruaga con estas palabras: “Sin novedad en Marruecos, mi general”, que era el santo y seña convenido por los rebeldes.

Para entonces, se contaban ya por centenares los muertos que había ocasionado la sublevación, inicio de 3 dramáticos años de una guerra civil que habría de convertirse, por un período mucho mayor de tiempo –incluido el nuestro– en la mayor tragedia de la Historia reciente de España.