Opinión | Al viejo árbol

Hay que reflexionar

Es más que evidente que el calentamiento global, cambio climático o como se le quiera llamar, provoca fenómenos extremos e irrevocables. Nadie puede dudarlo. Por cada medio grado que se supere en la temperatura media, la intensidad de olas de calor, inundaciones o sequías aumenta. Lo vemos cada año. Ya no son riadas extraordinarias u olas de calor históricas que no se verán en décadas. Cada vez se perciben con más intensidad y virulencia. Varios estudios afirman que la temperatura del planeta en 2021 ya estaba en más de un grado por encima de los valores de referencia. Otro estudio reconoce que la temperatura media de España en 2050 será la que está viviendo Marrakech a día de hoy.

Vivimos avisados y solo un necio puede negar la realidad. Sin embargo, en el corto plazo, hay que tomar medidas drásticas y urgentes. Ya no se pueden eludir previsiones específicas ni alardear de que la sociedad está concienciada. Por ejemplo, las ciudades deben replantearse su modelo de asfalto. El urbanismo de las ciudades debe ya incorporar la realidad climática, en su planificación: espacios más verdes, zonas de sombra, refugios climáticos o más puntos de suministro de agua. Cada vez vamos a convivir más con el cambio climático y las ciudades –o los pueblos– deben ser el principal lugar donde sentirnos seguros.

Los expertos del CSIC llevan tiempo anunciando que hay que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, pero las seguimos aumentando. De hecho, de seguir así, ya afirman los expertos que este verano, a pesar de la ola de calor tan continua, será de los más frescos que nos quedan de vida. Con este ritmo, el planeta podría calentarse casi 4,4 grados para finales de siglo. Quizá muchos no lo vivamos, cierto. Pero seremos responsables de lo que causamos. Hay que cambiar nuestras costumbres, nuestra forma de producir, sancionar a quienes soslayan esta realidad y persistir en sobrevivir.

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