El Periódico de Aragón

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Juan Bolea

Navegando por el Ebro

Una interesante travesía que puede hacerse por el cauce del Ebro, navegándolo, arranca del embarcadero de Tortosa. Frente a su pantalán se puede leer, en el gigantesco muro de defensa, un eslogan contra el trasvase. Como recordarán, los habitantes de esta hermosa y antigua ciudad se manifestaron en su momento (que fueron muchos, tantos como las intentonas de trasvasar) contra la pretensión de desviar caudales del Ebro a Barcelona, Murcia o Andalucía oriental. Algo que hoy, gracias a la nueva política del agua y a las modificaciones estatutarias, se contempla difícil, pero no imposible, por lo que aragoneses y catalanes antitrasvasistas harían bien en no bajar la guardia.

Un llaud llamado L’sirgador hace diariamente la ruta hasta la Isla de los Toros. Es un barco seguro, de quilla plana para no encallar en los bancos de arena, réplica exacta de las antiguas embarcaciones de madera que hasta bien entrado el pasado siglo abastecieron de mercancías a las poblaciones ribereñas. Siendo por entonces la navegación fluvial un sistema más rápido, barato y seguro para trasladar el grano, la maquinaria o la madera que a través de malos caminos y peores carreteras. Ya los íberos, seguramente, navegaban desde el delta hasta bien arriba, pero fueron los romanos quienes utilizaron el Ebro como la principal vía de comunicación de la península. Sus barcazas remontaban hasta Zaragoza, la vieja Cesaraugusta, y más arriba aún, hasta el actual Logroño.

Desde la borda de L’sirgador las vistas de Tortosa, la antigua Dertosa, resultan de una intensa belleza. Su catedral, gótica temprana, ofrece una inacabada fachada renacentista junto al palacio episcopal, descansando todo ese conjunto bajo La Zuda, alcazaba árabe que recuerda a La Alhambra.

Al extinguirse las edificaciones urbanas el río gana dimensiones ofreciendo una vegetación tan frondosa que ya no se ven casas ni fábricas, solo sus verdes aguas y en las riberas juncos, álamos, pinos. Al fondo, las majestuosas montañas de Beceite.

Entre los árboles de la isla de los Toros, donde el Ebro ha excavado un cauce de más un centenar de metros de anchura, vemos astados salvajes, de trapío bravo, paciendo en libertad y regalándonos, como las tortugas y garzas, las carpas y los barbos, los milanos y jabalíes, bellas imágenes de la vida en el río.

El Ebro…

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