El Periódico de Aragón

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Miguel Miranda

Virando a babor

Miguel Miranda

Hablemos de la mediocridad

La mediocridad es una epidemia, no sé si incluso una pandemia. Solo que antes se intentaba disimular y ahora se exhibe sin complejos. Según afecta se podían describir diferentes tipos, tipos ideales, que diría Weber, sin ánimo de ser exhaustivo. Está el mediocre que, sabedor de sus limitaciones, huye a otras áreas donde supone que todo le va a ser más fácil porque hay menos competencia y podrá disimular mejor su profunda ignorancia. Y allí se pone gallito e incluso se permite insultar para aparentar superioridad, amparándose a menudo en el anonimato o en la ambigüedad porque la cobardía suele ser su fiel compañera. En las redes pululan mucho este tipo de mediocres. Son de los que afirman que todos los demás, todas las opciones políticas por ejemplo, son un desastre que no merecen su adhesión. Nunca se miran al espejo. Arrastran quizá antiguos traumas infantiles o familiares mal resueltos. Necesitan terapia urgentemente, pero nunca lo reconocen. Por el contrario, se suben al púlpito y proclaman su mediocridad sin complejos. Otro tipo de mediocre es el que además de vago de solemnidad es mentiroso patológico, intentando disimular sus carencias, inventándose un currículum inexistente con reiteración y alevosía, con desparpajo engañando a los incautos, a veces incautos voluntarios de conveniencia. Este tipo de mediocre es además un trepa con éxito. Y su éxito es no pegar golpe en su vida. A veces la mediocridad es valorada y admirada incluso votada cuanto más mediocre es. Europa toma medidas de ahorro energético. Gobiernos de todo signo preparan sus planes de ahorro por lo que sin duda se avecina. Pero Madrid no se apaga. En Madrid reluce la insolidaridad, el egoísmo neoliberal, la ignorancia deliberada y la mediocridad. Una mediocridad exhibida sin complejos, que necesita provocar para sobrevivir, insultar para conseguir titulares. Una mediocridad terraplanista, negacionista y profundamente despreciable.

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