El Periódico de Aragón

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Sergio Ruiz Antorán

Desde Tolva

Sergio Ruiz Antorán

¡Fiesta!

15 de agosto. Calores y vacaciones. Sandía o melón. Tumbona en Salou o andada en Pirineos. Siesta y paella. Olor a albahaca en el Alto Aragón. De banderitas de papel bailando al aire en las callejuelas del pueblo. Al llegar la Fiesta Mayor, nos pondremos la muda bien limpia. Que ensuciaremos de farra con lamparón de calimocho y vinacho rancio como bandera del trasnochador. Y el pañuelico para darle un toque del color que toque.

La jota o el dance que hierve el tuétano. La misa al santo que hay que llevar al abuelo. Las damas y los mayordomos. Cabezudos a encorrer. Gigantes serenos. El mercado de artesanía o de producto de cercanía para los cautos. Las vacas bravas se ven cada vez menos, por suerte. La almorzada con huevos fritos y panceta para resucitar. La bota de mano en mano tras la charanga callejeando el baile de clásicos de bombo, trompeta, dulzaina y tamboril.

La comilona popular en la plaza o en los tablados en la ermita, en el poli o en el salón social. El deporte en su máxima extensión rural. El torneo de guiñote o de fútbol sala. La bicicletada o la carrera del pollo. El frontón. La barra aragonesa u otra tradición d’asti que no se marchite. Los amistosos de la cuadrilla que dicen ser un club. La petanca. Todo antes del anochecer para sacar el sudor renovador y para los que conjugan el verbo dormir, calzan prudencia o hijos pequeños.

Porque luego viene lo bueno. El consistorio que tiene alguna perrica te monta un medio festival para la juventud o te trae a la Ronda de Boltaña en su eterna gira de dignidad para estas tierras de olvidados. Los ahogados en el presupuesto humilde se consuelan con algún grupo de la redolada o verbena de orquesta fiera. O el escenario para quien lo quiera, las comedias del pueblo llano antes de la discomóvil o el DJ hasta que el cuerpo aguante. Que aguanta. Porque es lo que toca.

Si quedan mesaches o vienen importados estas semanas, algún chamizo hará de peña para desvariar en la intimidad, consumir el delito y filtrar tabaco y amores entre recena y resaca. Si no es en el pueblo propio habrá que ir al de al lado. Con uno que no beba o llamando a un taxi. O quizá la comarca o el ayuntamiento ha puesto un autobús para volver. Porque no nos podemos permitir más muertes tan pronto.

Porque estas fiestas son la vida. Tirarse a esa calle que durante meses viste desde el balcón, el abrazo con el amigo que no pudiste dar, el juntarse toda la familia sin miedo, el llorar en el palotiau por el que antes estaba, ser el lugar de siempre, que luego callará, y ahora grita fuerte: ¡Qué vivan las fiestas de los pueblos vivos!

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