Pilar, Carmen, Inmaculada, Concepción, Anunciación, Visitación, Purificación y Asunción, no solo son bonitos nombres de mujer, sino también algunas de las más importantes advocaciones de la Virgen María, Madre de Jesús. El dogma de la Asunción de María (en cuerpo y alma) al Cielo fue proclamado por el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950, en la Constitución «Munificentissimus Deus» (Benevolísimo Dios).

Mucho antes, ya desde el siglo XII, la Asunción era celebrada en Occidente, tal y como se desprende de las cartas que el santo francés Bernardo de Claraval dirigió en 1140 a los canónigos de Lyon. Unas celebraciones que se basaban en la consideración de la Asunción corporal de la Virgen como un sentimiento piadoso, aunque no decidido por la iglesia universal.

 

Previamente al dogma de la Asunción, en 1855 había sido proclamado por el Papa Pío IX, el de la Inmaculada Concepción de María (que se celebra el 8 de diciembre), es decir, el de su concepción inmaculada en el seno de su madre, Santa Ana.  

En cuanto a su faceta de madre, el Evangelio recuerda a María (como cooperadora suya en la salvación de la Humanidad)  siempre al lado de su Hijo: ya en la discusión que a los 12 años mantuvo con los doctores en el templo, ya en las bodas de Canaán y en el Calvario, a los pies de la cruz junto a San Juan, cuando Jesús,  momentos antes de su muerte lo nombró hijo de María. Precisamente, a partir de este pasaje bíblico, algunas fuentes han considerado que tras la Ascensión del Salvador a los Cielos, María habría pasado a vivir en casa del discípulo preferido de Cristo y que habría fallecido a los 72 años de edad.

Siguiendo con esta tradición (previa a la declaración del dogma de la Asunción) la Virgen resucitó poco después de su muerte "por el poder de Dios y ministerio de los Ángeles y fue elevada en cuerpo y alma a los cielos” y allí ha sido coronada por la Santísima Trinidad con tres coronas: la del poder (de Dios), la de la sabiduría (de su Hijo Jesús) y la de la caridad (emanada del Espíritu Santo). 

 

Sin embargo, al promulgar el dogma de la Asunción, Pío XII soslayó, pretendidamente, el problema de si María ascendió al Cielo después de morir y resucitar (lo que apoyan la mayoría de mariólogos) o si fue trasladada en cuerpo y alma al Cielo sin haber muerto.

Así mismo, como Asunta al Cielo, María es para los católicos “Reina de los Ángeles y de la Humanidad y “Soberana Emperatriz de los Cielos”  («Regina Coeli»). Curiosamente, el mismo título («Nebet Pet», Dama del Cielo) que para los egipcios tenía la diosa Isis, cuya iconografía (amamantando a su hijo Horus) tiene muchas semejanzas con esculturas africanas de comienzos del primer milenio, así como con pinturas y tallas europeas que, a partir del siglo XV, representan a la Virgen lactante.

 

Otra semejanza de la iconografía de la diosa Isis con la de la Virgen María la encontramos en el velo que ocultaba la fogosa mirada de la diosa, en la que escondía su sabiduría, inaccesible para los mortales.  El siguiente pasaje de un texto español de 1844 dedicado a los «Gozos a la Asunción de María», parece que hiciera alusión a lo anterior: “Tú, María, subes y escondes / la brillante luz / que solo los santos / podrán contemplar”.

 

Por otro lado, María ostentando la dignidad de ser la verdadera Madre de Dios es dogma muy anterior al de su Asunción a los Cielos, pues fue solemnemente proclamado por la Iglesia en el Concilio de Éfeso, celebrado en el año 431, rebatiendo a la secta de Nestorio, que aseveraba que María era madre de Jesús, pero no de Dios.

 

Asimismo, María podría ser considerada como la segunda Eva, siendo el instrumento de Dios para la restauración y resurrección del hombre, pues ella, de acuerdo con el Génesis, habría de ser quien acabaría aplastando la cabeza de la serpiente. De hecho así se la representa en muchas imágenes, con la serpiente –el demonio del Paraíso– vencida a sus pies.

 (Luis Negro Marco es Historiador y Periodista)