La libertad que más respetamos es la de los deseos que se pueden pagar con dinero. Por eso se acepta mejor que las personas deseen tener otro culo a que deseen tener otra sociedad. Me refiero a tener otro culo donde se tiene el propio. Hay personas que ahorran para tener otro culo, que se endeudan para mejorar sus nalgas en propiedad. Hay quienes se mueren por tener otro culo, aunque no es por culpa de su deseo sino de quienes se comprometen a cumplirlo instalándoles otro.

En el caso de tener otro culo no importa tanto que lo desees como cuánto lo deseas. Seguramente no hay mucha gente satisfecha con el culo que trae de serie, porque le falta o le sobra, porque es más plano que el vientre (como si lo hubieran ensamblado al revés) pero no se desea tanto cambiarlo porque, al ser trasero, va por detrás. Las primeras noticias que tuvimos de la cirugía estética eran rinoplastias porque la nariz va por delante, incluso en la cara del chato. El culo es de lo último de la mercadotecnia de la estética, que ha estado más ocupada en la cara A que en la cara B. Los ochenta llenaron las mamas de silicona que en los 2000 emigró a las nalgas. Lo siguiente no será un cuerpo de revistas de mujer sino de revistas de tecnología. En las posaderas del ciborg se asentará mucha información y mucha mierda.

De momento, la oferta es tener otro culo, artificial, quirúrgico, a costa de meter un cuerpo extraño en el cuerpo propio. Un deseo de los que se dejan tener, de los que se ciñen a la libertad personal porque se pueden pagar y no afectan a la libertad de otros culos. Casi nunca sabemos cómo funcionan los culos nuevos. No leemos titulares de «mi nuevo culo cambió mi vida». Leemos algunos, pocos, en la sección de sucesos y siempre pensamos que un culo no vale una vida. En la realidad y en la literatura hay miles de personas y personajes que perdieron fortunas verdaderas por culos metafóricos. En la realidad, la enseñanza es que conviene elegir bien los deseos y moderarlos porque no merece la pena morir por un culo mejor.