El Periódico de Aragón

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CRUCE DE CAMINOS

Ricardo Barceló

Zaragoza, ¿ciudad de paso?

La capital aragonesa está considerada como la segunda más atractiva para vivir, pero no logra despegar como el imán que debería ser

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Más allá del incómodo cierzo, la niebla persistente y los bruscos cambios de temperatura que borran la primavera y el otoño del calendario meteorológico, Zaragoza reúne todos los factores para ser considerada una de las mejores ciudades para vivir. La organización de Consumidores y Usuarios (OCU) la sitúa como la segunda capital de España donde la vida resulta más fácil, solo por detrás de Vigo. 

La ciudad convive en cierta armonía consigo misma, combate mejor que otras las desigualdades sociales, se ubica en un cruce de caminos casi insalvable, está bien conectada, presenta una rica oferta cultural y de servicios, cuenta con unos buenos índices de seguridad y, sobre todo, es acogedora, no solo gracias a su gente sino también por su gastronomía. Pero lo que realmente la hace atractiva es que es capaz de competir con Madrid y Barcelona (ambas situadas a tan solo 300 kilómetros de distancia) en calidad de vida, más incluso en estos tiempos en los que la pandemia ha cambiado la escala de prioridades de muchos ciudadanos. 

La explosión del teletrabajo, el dinamismo de su mercado laboral, un mejor acceso a la vivienda y la relación entre el riesgo y las oportunidades que ofrece la capital aragonesa respecto a sus grandes competidoras nacionales son las claves de bóveda sobre las que se debería asentar la mejor campaña de marketing que jamás pudo soñar Zaragoza. La pregunta es: ¿se están aprovechando estas ventajas competitivas para posicionar a la ciudad como realmente se merece?

El teletrabajo, su mercado laboral, el acceso a la vivienda y las oportunidades que ofrece la capital aragonesa nacionales son las claves sobre las que se debería asentar la mejor campaña de marketing que jamás pudo soñar Zaragoza

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El exalcalde de Zaragoza, Juan Alberto Belloch, aventuró en el año 2010 (apenas dos años después de la Expo) que la ciudad podría alcanzar el millón de habitantes en el medio plazo. «Una ciudad de un millón de habitantes es ideal, según todos los expertos, si las cosas están planificadas. Tiene el número suficiente de masa crítica y referentes sociales y, sin embargo, ninguna de las pegas de una gran ciudad», dijo entonces. Sin embargo, Zaragoza parece atascada, encorsetada, tímida, temerosa, quizá acomplejada. Y, sobre todo, continúa sin tener ese gran proyecto que ejerza de gran imán.

Desde el punto de vista demográfico la capital aragonesa apenas ha progresado. En 2010, sumaba 696.656 habitantes censados y 11 años más tarde tiene 685.000 después de que el ayuntamiento llevase a cabo una actualización del padrón que eliminó duplicidades y a quienes aparecían como residentes pero que, en realidad, vivían en otro municipio o país. La pregunta obligada es: ¿Zaragoza es solo una ciudad de paso o es algo más?

El objetivo prioritario de las autoridades municipales y autonómicas no debería ser solo lograr atraer población sino tener grandes activos que permitan cultivar una buena imagen de marca.

 La gran crisis de 2008 y el éxodo a otros países, tanto de la población inmigrante como de un buen puñado de jóvenes aragoneses que no veían expectativas de futuro, no han contribuido precisamente a elevar la demografía de Zaragoza, una ciudad que suma casi 100.000 vecinos con edades superiores a los 65 años, según los últimos datos publicados por el ayuntamiento. Dos recesiones y una lenta recuperación de la economía frenaron la natalidad y, por tanto, la posibilidad de que llegaran nuevas generaciones de zaragozanos.  

El objetivo prioritario de las autoridades municipales y autonómicas no debería ser solo lograr atraer población sino tener grandes activos que permitan cultivar una buena imagen de marca

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Unos años después, en 2020 se cruzó de por medio la pandemia y, al parecer, muchos de los planes trazados por el actual alcalde, Jorge Azcón, se quedaron en el limbo, incluido el nuevo estadio de La Romareda, que parece echar a andar pero muy tímidamente. 

Además, la deuda acumulada por el consistorio en las últimas décadas –es el segundo gran ayuntamiento más endeudado de España– ha dejado varada a la ciudad, que se dispone, en el plazo de apenas tres semanas a celebrar unas las Fiestas del Pilar como las de antes: con pregón multitudinario, mucha gente por las calles, cientos de actividades en los barrios, una ofrenda que no tiene parangón en España... y una más que posible huelga del bus, eterna e inexplicable, que hace de Zaragoza una ciudad a la que le cuesta superar en exceso los viejos problemas, a la que le cuesta avanzar. Y eso, ya se sabe, no vende.

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