El Periódico de Aragón

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Carmen Pérez Ramírez

Deseada normalización

Solemos utilizar el término «normalización» cuando se expresa el deseo de volver a estados que consideramos normales, entendiendo como normales los que se integran en una vida apacible y estable basándose en un bienestar común. Un concepto social que transcurre a la par con los nuevos tiempos y en constante evolución. Su entendimiento suele ser ambiguo y poco factible en una sociedad individualizada como la nuestra.

Después del verano vacacional ¿volveremos a la normalización? me preguntaba. Es habitual que, en los días previos a la vuelta al cole, hayamos sentido que comienza un nuevo año, un nuevo curso para pequeños y mayores dando pie a ciertas reflexiones. Tomar distancias supone un reseteo funcional para nuestro cerebro, ayuda a clarificar determinados contaminantes que siguen pululando. El anhelo por conseguir una estabilidad sigue siendo constante en nuestras vidas, pero la realidad es muy tozuda y se nos presenta incierta y amenazante en un estado de alerta permanente. Aun siendo así, este verano el pueblo llano se ha desparramado para intentar llegar a conseguir la normalización perdida. Conciertos, teatro, festivales, ferias… se han dado en ciudades y pueblos, un despertar que ha favorecido volver a viajar hacia otros países, tomando mayor consciencia al no ver mascarillas al entrar en museos o disfrutando de comidas en bufets o en tabernas underground en las que las distancias se acortan y la música envuelve si pensar en riesgos.

Cuando las presiones se ejercen sin un contenido certeramente justificado la ciudadanía se agita, se perturba. Hemos soportado noticias referentes a la pandemia, a la situación económica y social en muchos casos falsas y contradictorias, un juego perverso que ha menoscabado a la sociedad viendo ahora sus consecuencias. Quizá seríamos más felices tirando el móvil a un contenedor pero nos han hecho dependientes, adictos a estar conectados con todo aquello que nos quieran decir. Las influencias que ejercen en nosotros se hacen extensibles, en muchos casos, nos trastornan la vida y nos llenan de miedos. Todo esto promueve actitudes de estrés y crea individuos agresivos que no se habían dado nunca, sobre todo en nuestro país y en nuestra comunidad. Se percibe una rebeldía inusitada en la ciudadanía que provoca muchos conflictos sociales y, por tanto, de convivencia. La falta de respeto por lo público, por el vecino, por el peatón, está generando el principio de un caos inevitable.

Conseguir una normalización efectiva es posible si se trabaja desde las esferas políticas dando visibilidad a las mejores labores sociales, haciendo propaganda de los derechos y obligaciones de los ciudadanos, procediendo a que se cumplan las normas y las leyes reforzando conductas asociadas a los beneficios que producen. Invertir en educación, prestando atención a los contenidos curriculares y al profesorado, es una manera de conseguir formar a los jóvenes en una avanzada y amplia cultura en correspondencia con otros países. Sin olvidar la sanidad pública, recuperar esa confianza, esa atención al paciente sólida y estable que hemos tenido, pilares imprescindibles para llegar a una normalización y por lo tanto a un bienestar de convivencia.

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