Los datos no bajan. Una treintena de mujeres mueren asesinadas en España en los primeros ocho meses de cada año desde hace ya varios ejercicios. Las estadísticas son tozudas. No quiere decir que el nuestro sea el país que más violencia de género tenga. Pero hay mucha. Y también hay mucho bullying. España encabeza la lista europea en acoso escolar. Dicen los expertos que siete de cada diez escolares sufren esta violencia en los propios colegios o a través de las redes sociales y auguran que va a ir en aumento. Si nuestro país cuenta con numerosas medidas de protección legales para evitar que las mujeres y las/os menores sufran estos tipos de violencia, incluso se llega a afirmar en ocasiones que la legislación es de las más duras entre los países de nuestro entorno, algo se está haciendo mal porque los fallos en cadena van apareciendo y las consecuencias son dramáticas.

Los últimos días se han vivido episodios terribles en Zaragoza. La muerte de una mujer de 71 años agredida salvajemente por su expareja en Escatrón vuelve a poner en entredicho la eficacia de los sistemas legales de seguridad. Mari Carmen López huyó de su expareja y se instaló en dicha localidad zaragozana para olvidar los malos tratos que había recibido y por los que su agresor tenía una orden de alejamiento. Pero este consiguió llegar hasta el domicilio de ella, saltó una valla y culminó su acción. ¿Cómo es posible que dentro de todas esas amplias medidas contra la violencia de género que hay en España, una vez más, el agresor haya culminado su acción? Ni pulseras, ni controles, ni nada. Muchas mujeres siguen siendo víctimas fáciles, por lo que es necesario otro giro en la protección. Algo se está haciendo mal. En casos en que ni ha habido denuncia, ni la familia, ni los amigos, ni los vecinos ni nadie tiene idea de que en una pareja las relaciones son tortuosas y la mujer sufre abusos continuos, es muy difícil ser capaces de adelantarse a acontecimientos irreversibles. Pero en situaciones como la de la mujer de Escatrón nada es entendible. Mari Carmen necesitaba tener mecanismos de protección y, o han fallado o no los tenía. Y como esto pasa muy a menudo es necesario dar una vuelta de tuerca a todos los planteamientos de seguridad.

El otro hecho que pone los pelos de punta es el intento de suicidio de una niña de 10 años, Saray, que se tiró por el balcón de su casa del barrio de San José porque no aguantaba más el acoso escolar al que le estaban sometiendo otros alumnos –malos compañeros– del colegio Agustín Gericó. Afortunadamente salvó su vida pero se han puesto al descubierto los grandes agujeros que tiene la prevención de estos hechos en Aragón y también en España. Y lo más preocupante: que los propios menores consideran que es inútil denunciar situaciones de bullying, lo que significa que los protocolos que tanto se exhiben en momentos como este, se esconden cuando realmente son necesarios. Desde la DGA se han apresurado a decir que hay que hacer autocrítica, pero es necesario mucho más. Padres y alumnos ven siempre muy a la defensiva a los profesores y al centro correspondiente porque no acaban de creer en un primer momento que estas situaciones de riesgo ocurran en su entorno laboral.

Ahí hay que trabajar mucho. No es normal que se intente preservar el buen nombre del colegio antes que velar por lo que pasa entre el alumnado. Y no es normal que siempre que aparecen estos casos, en numerosas ocasiones, como con Saray, se oiga a los padres decir que desde el colegio no se les prestó la atención debida. Se ha comprobado estos días que muchos padres desconocían cómo funciona el protocolo. Y reconocen muchos que entre el maremágnum de papeles, correos, wasaps, información, al fin y al cabo, que los padres y los alumnos reciben al principio de curso, nada hay sobre el acoso escolar. En algún centro sí que lo habrá, por supuesto, pero debería ser obligatorio en todos, públicos y privados. Y lo más triste. Que la víctima se convierta en doble víctima. Porque en casi todos los casos estas situaciones acaban con el cambio de centro de la persona acosada. Y los acosadores siguen ahí, como si tal cosa. Algo mal se está haciendo. Y la conclusión es que no está todo tan reglado ni somos tan perfectos. Seguimos fallando ante los más vulnerables.