El Periódico de Aragón

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Joaquín Santos

TERCERA PÁGINA

Joaquín Santos

El principio de realidad

Aunque pretendamos esconderla no cambia, por más que se vista de virtual

Muchos de los gurús del tiempo actual vienen a plantear que la realidad física ha dejado de existir, al menos que cada vez tiene menos peso en nuestras vidas. Se organizan vidas virtuales que se perciben como una prolongación de la realidad física. Las redes sociales y sus nuevas herramientas han ampliado el espacio en el que se desarrolla nuestro día a día cambiando, de paso, una parte importante de las reglas del juego que tenemos que seguir en cuanto suena el despertador cada mañana.

En esa nueva vida parece que podamos inventar la realidad de cero. En la vida política de nuestro país y del conjunto de occidente parece que podamos organizar la convivencia sociopolítica pasando por encima de todas las enseñanzas de los últimos doscientos años.

Es como si la vivencia de una existencia cada vez más virtual pudiera permitirnos vivir fuera de la realidad. Estamos ante una consecuencia extrema del pensamiento de la posmodernidad que creyó que las intuiciones de la Ilustración habían sido superadas, que las reflexiones que se vinculan con la realidad: la búsqueda de la verdad y las certezas, ya no eran posibles.

Los artífices del pensamiento actual parecen justificar sus ocurrencias utilizando las herramientas más valiosas de nuestra tradición filosófica: la duda y la sospecha. El problema surge cuando se utilizan estas guías de reflexión para crear lo que se ha dado en llamar posverdad, lo que no es otra cosa que una forma de camuflar la construcción de una realidad inventada y falsa.

Si realmente queremos ser herederos de las intuiciones de nuestro mejor pasado creo que lo más sano es sospechar incluso de las sospechas y no dejarse llevar sin más por los que sospechan y, por supuesto últimamente, sospechar de los que niegan que la realidad existe. Lo cierto es que la realidad es muy tozuda, persiste aunque pretendamos esconder su presencia debajo de la alfombra de nuestra preferencia. No se la cambia con voluntad, ni con relatos emocionales, ni con los subterfugios de la irrealidad por más que se vista de virtual.

La realidad nos acaba poniendo a cada uno en nuestro sitio más temprano que tarde y las lógicas virtuales pero irreales acaban cayendo una detrás de otra. Las cosas son lo que son y no lo que queremos que sean; por mucho que las adornemos o camuflemos, la realidad se impone todos los días. El mayor pecado de cualquier político de hoy en día, incluyámonos los simples ciudadanos de a pie que somos políticos lo queramos o no, es creernos los mensajes emocionales que nos contamos todos los días cuando nos miramos en el espejo, también en el espejo virtual de nuestra mente, cuando estos no se ajustan con la realidad.

Me da la sensación de que el presidente chileno, Boric, ha tenido que aceptar un camino similar, aceptar el error de su postura con el texto constitucional propuesto. Aceptar que una constitución es un pacto por la convivencia en el que no se puede imponer el propio credo, que en cualquier texto constituyente se debe producir un proceso de aceptación de las posturas del otro, pactar la convivencia y, fundamentalmente, procurar una arquitectura institucional que nos permita la convivencia en paz y libertad, en la que se pueda construir una justicia básica y en la que las diferentes opciones democráticas puedan convivir y gestionar la realidad. Que no se puede imponer el propio criterio sin escuchar al otro y sin renuncias. Justo lo que hicimos en España durante los años de transición a la democracia y justo lo que necesitamos volver a hacer ahora mismo y con urgencia para dar respuesta a los problemas reales y no a los que nos inventamos para intentar jugar con las emociones del personal.

Creo que deberíamos aprender de la reciente experiencia chilena que lo fundamental es afrontar los problemas del mundo real. Abandonar los posicionamientos fundamentados en prejuicios que no nos llevan a ninguna parte. Aprender las lecciones aprovechables de nuestro pasado y no pasar por encima como si todo fuera nuevo y todo fuera posible inventarlo de cero. En definitiva, nos convendría un baño voluntario de realidad antes de que esta nos pase por encima, porque la realidad, como las meigas, por mucho que algunos se empeñen en lo contrario, existir existe.

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