El Periódico de Aragón

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Juan Bolea

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Juan Bolea

Escribir con humor

La última vez que estuve en Montevideo volvió a alarmarme el desconocimiento que allí tienen de su mejor escritor, Juan Carlos Onetti. Los autores jóvenes no sólo no lo leen, es que ni siquiera han oído hablar del autor de Juntacadáveres. En mi instrucción narrativa, Onetti, con Faulkner, su maestro, fue determinante. También para Juan José Millás, según le he leído. Y ahora sé que asimismo Onetti influyó en el aprendizaje literario de Enrique Vila-Matas.

En su nuevo libro, Montevideo, que será presentado la semana próxima en el Museo Pablo Serrano de Zaragoza, Vila-Matas rinde homenaje a Onetti y recuerda que llegó a conocerlo en su casa de Madrid, de la que el genio uruguayo apenas salía, de cuya cama apenas se levantaba salvo para servirse de la botella de whisky o comprobar que aquella pistola que siempre tenía a mano seguía cargada, por si tenía que ahuyentar a algún moscardón o volar a la eternidad envuelto en el mismo humo que brotaba de sus páginas escritas con fuego.

Menos ígnea y trascendente que la suya, menos intensa y dramática, más entretenida, divertida y fluida, la escritura de Vila-Matas, como la de Millás, se encuadra, desde mi punto de vista, en el humor. Originales humoristas ambos, sus respectivas pirotecnias se inspiran bien en el absurdo (Kafka, Beckett y Cortázar al fondo), bien en los rincones oscuros de la literatura contemporánea, con especial atención a las voces de los escritores raros, olvidados o malditos (Robert Walser, Joseph Roth, Felisberto Hernández…). Amén de esos evidentes débitos, ambos han desarrollado estimulantes líneas de creación literaria al margen de la vida cotidiana, del realismo, el naturalismo y otros enfoques que les espantan y de los que huyen como el vampiro de las cabezas de ajo.

En Montevideo, el vampírico Vila-Matas busca complicidad, refugio o redención en Julio Cortázar, tratando literalmente de «meterse» dentro de uno de sus cuentos para darle continuidad o desenlace. Un truco que ya había ensayado el propio Cortázar, y antes que él Onetti en El posible Baldi, y que vuelve a funcionar gracias a los constantes guiños del autor y a la eficacia de su cuaderno de citas. En el que, por cierto, no hay ningún autor español –ni siquiera Millás–, prueba de que Vila-Matas, además de un escritor con ingenio y brillantez, es muy español y tiene humor negro.

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