El Periódico de Aragón

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Juan Bolea

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Juan Bolea

Marco Aurelio

El veterano sello editorial Austral ha emprendido una juvenil colección dedicada a los clásicos (esto es, a los autores eternamente jóvenes) recuperando textos magistrales de Epicteto, Séneca o Marco Aurelio. Gracias a tan loable iniciativa cultural, de este último vuelvo a leer, en una versión adaptada por Luisa Fernanda Aguirre y José Ignacio Díez, sus concisas, certeras y siempre inspiradoras Meditaciones.

Marco Aurelio, el emperador filósofo, lo fue gracias a sus naturales dotes y a la instrucción que recibió en academias y bibliotecas, donde tuvo acceso a las reflexiones de uno de sus maestros, el estoico Apolonio. De él aprendió la libertad de pensamiento y la firmeza a la hora de decidir, guiándose siempre por la razón y expresándose de una manera al mismo tiempo desenfadada y rigurosa.

En los XII Libros de sus Meditaciones, escritos hacia la década de los años 170-180 después de Cristo en campamentos militares, durante sus campañas contra los enemigos de Roma, Marco Aurelio meditó y escribió sobre los temas más trascendentes: el origen de la vida, la individualidad del sujeto dentro de su especie, el tiempo, el universo, la nada… Pero también sobre el hombre como ser social, familiar, como ciudadano de su época, como padre, hijo o marido…

Así, por ejemplo, el tiempo, en su visión, será como «un río donde los acontecimientos se sucedan en corriente impetuosa; apenas se entrevea una cosa, será arrastrada; y también lo será la que ocupe su lugar». El cambio incesante es para él la única ley inamovible. «Todo está en continua transformación. Tú mismo no dejas de cambiar y, en cierto modo, de destruirte, igual que el universo».

Respecto al alma, Marco Aurelio tiende a identificarla con un concepto que él llama «guía interior». Aconsejándonos, a efectos prácticos, que a cada momento cada uno de nosotros nos preguntemos qué clase de alma, o de guía, estamos utilizando, si la de un niño, la de un déspota, la de una fiera… La muerte, para este muy sabio César, «es el descanso donde cesan las impresiones de los sentidos, el estímulo de los impulsos, las divagaciones del pensamiento, los cuidados de la carne. La muerte bien será dispersión (si estamos formados de átomos); bien extinción o traslado (si somos una unidad viva)».

Para leerlo aunque sea en el autobús.

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