El Periódico de Aragón

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Alfonso Alegre

Tramposos

Antes se pilla a un mentiroso que a un cojo. Esta frase la solía decir mucho mi abuela. Sin embargo, aunque a veces es así, en muchas ocasiones no lo es. Las trampas son un problema muy grande en la sociedad porque socavan la confianza de la gente cuando se descubren. Pero lo que es peor, alteran los comportamientos de las personas por medio de la mentira dando lugar a pérdidas sociales enormes. En mi opinión, el origen del problema es que estos comportamientos casi nunca tienen consecuencias penales graves para los tramposos. Ejemplos de esto hay muchos y muy conocidos. Pensemos en el famoso Dieselgate de Volkswagen.

La empresa ideó un software para engañar en las emisiones de CO2 de sus vehículos. Esperanza Aguirre, ante el hecho de que la contaminación en Madrid se estaba descontrolando, encontró la solución perfecta: cambiar los medidores de contaminación a lugares con menos contaminación. Oye, de un día para otro bajó la contaminación en Madrid. El caso de la Kitchen del PP podría incluirse entre los tramposos, pero en este caso en el de tramposos profesionales. Primero roban y luego usan a las fuerzas de seguridad del Estado para destruir las pruebas de que han robado.

Hay periodistas como Ferreras, de La Sexta, que no tienen empacho en publicar noticias falsas, como hemos escuchado de sus propios labios. Ni en pactar con tipejos como Villarejo o el seudoperiodista Inda. Ahí sigue presentando Al rojo vivo, y sin despeinarse.

También este verano hemos sabido que Uber, ¡oh sorpresa!, compró voluntades y manipuló noticias con la intención de quedarse con el monopolio del transporte tipo taxi. Es el mercado amigos. Todos estos casos y muchísimos otros tienen algo en común: de momento, ningún individuo ha pagado nada por ellos. Es verdad que Volkswagen ha tenido que soltar una panoja por el fraude cometido, pero ni uno solo de sus directivos está enchironado. En los demás casos, ídem de ídem.

Como sociedad, tenemos un problema cuando estos comportamientos son completamente impunes para los individuos que los cometen. No es una cuestión ética (que también), sino un problema de incentivos y de ejemplos. Mientras esta gente pueda jugar a delinquir sabiendo que si sale bien gana y si sale mal no pierde, el incentivo es evidente. Y lo peor es que genera un ejemplo para que otros hagan lo mismo.

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