El Periódico de Aragón

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Jorge Cajal

La simbólica reaccionaria

Hay pocas esperanzas sobre la cultura democrática de la, supuestamente, derecha democrática española

En el último siglo los estudios históricos comenzaron analizando básicamente los grandes hechos políticos y diplomáticos para evolucionar después hacia la historia económico-social o hacia la cultura o las mentalidades. Más recientemente, para terminar con esta referencia simplista y apresurada, se han actualizado mediante la práctica de una nueva historia política menos elitista o de una historia de los movimientos sociales. En el caso que nos ocupa, la historia cultural ha prestado atención a la simbólica como forma de conocer diferentes planos de las mentalidades colectivas. Maurice Agulhon, que estudió la representación de Marianne en los siglos XIX y XX para ilustrar las dificultades del avance de las ideas republicanas, se ha convertido en una referencia para los análisis del sentido político de la estatuaria pública.

Parece conveniente analizar la inauguración del monumento a la Legión, que el alcalde realizó la semana pasada en el Paseo de la Castellana de Madrid, a través del prisma de las ciencias sociales, porque permite extraer conclusiones algo más complejas que las que el propio Almeida daba a entender en su discurso. La escultura, que supuestamente conmemora el centenario de la Legión con dos años de retraso, se ha inaugurado pocos meses antes de que comience un ciclo electoral muy intenso y donde el alcalde se juega el puesto. Este tipo de ceremonias ponen de manifiesto que ha decidido competir con la extrema derecha en su propio campo en lugar de optar por temáticas más moderadas, como demuestra el tipo de público ante quien pronunció su discurso.

En segundo lugar, por mucho que se quiera vincular a la Legión solo con el orden constitucional de 1978, celebrar su fundación es una manera de conmemorar también el imperialismo africanista. Recordemos que, una vez perdidas las viejas colonias, España se sumó al imperialismo y consiguió algunos territorios en África a comienzos del siglo XX. El pequeño protectorado español de Marruecos estaba fuera de la autoridad civil y librando un conflicto muy violento con la población donde muchos españoles murieron por mantener el orgullo patrio de un puñado de militares (¿deberíamos decir señores de la guerra?) reaccionarios. Fue allí donde se fundó la Legión, a imitación de la francesa, y desde allí se trasladó íntegramente a la península ibérica para acabar, con toda la violencia aprendida y puesta en práctica en África, con la democracia española.

En tercer lugar, la polémica ha continuado después del discurso porque Almeida mencionó a su fundador. A pesar de las explicaciones que intentan normalizar la cita, Millán Astray no deja de ser un franquista y un propagandista del fascismo. Si solo se le nombra como una persona que fundó un cuerpo del ejército, ¿quién está tratando aquí de borrar la historia, o de cambiarla? En efecto, la Ley de Memoria Histórica y la política nacional son otro plano muy importante de la inauguración, ya que se han utilizado los días posteriores para atacar al sistema democrático de la II República, al antifascismo y al gobierno de coalición. El argumentario vuelve a situar en primer plano la cháchara del social-comunismo, tan culpable o incluso más, por provocarlo, que quienes dieron el golpe de estado el 18 de julio de 1936. No ha faltado, por supuesto, la ETA, para terminar de rebozar el engrudo que la derecha española está ofreciendo al electorado para postularse como alternativa de orden.

Los tres planos de interpretación de la escultura de Salvador Amaya, el histórico propiamente dicho, el del conflicto dentro del campo político de las derechas y la utilización de la ceremonia para hacer oposición al gobierno, no arrojan demasiadas esperanzas sobre la cultura democrática de la, supuestamente, derecha democrática española.

No tiene por qué pasar, pero si llegan a gobernar, aunque sea en solitario, cabe preguntarse cuáles serán las consecuencias de este proyecto social tan claramente reaccionario. ¿Qué hará el Ministerio de Educación? ¿Y el de Universidades? Suele decirse que el ejercicio del poder acaba moderando las posiciones más radicales de los tiempos de la oposición, pero con un electorado enfadado, movilizado y acostumbrado a una retórica tan agresiva, quizás no puedan contenerse.

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