El Periódico de Aragón

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Juan Bolea

Sala de máquinas

Juan Bolea

Siglas que restan

En la política aragonesa se viene produciendo un fenómeno simple y complejo a la vez, de cuya ciclotimia dependen asimismo otras muchas manifestaciones o consecuencias de la vida pública.

Me estoy refiriendo, un poco más concretamente, al hecho de que, en las últimas décadas, el signo político de las dos principales instituciones aragonesas, Gobierno de Aragón y Ayuntamiento de Zaragoza, haya sido casi siempre distinto. Cuando en el Pignatelli gobernaba el PSOE, el PP lo hacía en la plaza del Pilar, y viceversa.

Esas divergentes dinámicas, proyectadas desde la matemática de las urnas y desde la aritmética parlamentaria, han ido provocando más restas que sumas en las cuentas públicas. Viendo con impaciencia o irritación el hombre de la calle, el aragonés de a pie, cómo muchos de los grandes proyectos de la ciudad de Zaragoza se estancaban y eternizaban por culpa de pugnas partidistas.

El ejemplo de los desacuerdos en torno al estadio de fútbol La Romareda es de los más evidentes. Tras veintisiete años de estériles debates, desperdiciados proyectos y cuantiosos e inútiles gastos, el estadio sigue como hace un cuarto de siglo. La plaza del Portillo, los cacahuetes de la Expo, el Gran Teatro Fleta, los accesos a la Estación Delicias, la segunda línea del tranvía (proyecto que debería ser irrenunciable) y un demasiado largo etcétera de básicas reformas e inversiones estructurales en equipamientos y comunicaciones han venido quedando paralizadas o abandonadas por culpa de ese obstinado disenso entre derecha e izquierda, o entre los gobiernos municipal y autonómico (ambos son responsables).

¿Cuál sería la solución? ¿La hay? Si la buscamos en clave nacional difícilmente la encontraremos, como imposible ha sido descubrir hasta ahora en el Congreso de los Diputados un pacto o salida a la permanente falta de acuerdos entre PSOE y PP.

En Aragón, con los actuales equipos y candidatos y con campañas tan trascendentales como las que se librarán en mayo de 2023, no parece nada fácil llegar a acuerdos globales que desbloqueen grandes infraestructuras. Pero, por rigor, por honestidad, –¡por favor!–, sus señorías deben seguir intentándolo, hasta que finalmente algo parecido a la razón se imponga a la sinrazón de sus luchas políticas.

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