DESDE TOLVA
Leña
Sigamos con el manual de instrucciones para neorrurales. Apunten. El alunizaje en el pueblo del Homo urbanus conlleva el desvanecimiento de ciertas películas mentales. Una de las que caen rápido es la fantasía del leñador. Porque eso de salir al bosque para recoger ramitas para montar la fogata es una secuencia que nos han metido en el cerebelo muy malamente. La cosa no es tan sencilla.
Querer reutilizar el traje de hípster pasado de moda, afilarse la barba, encasquetarse un gorrete de lana y comprar un hacha de segunda mano a un aizkolari para derribar secuoyas de dos manotazos es una falacia que para nada te asegura la recarga para la estufa preciosa de tu nueva casita campestre. Esto es un timo. Conviene no tirarse de esta guisa al monte para no hacer el primo pagando una multaza por sanción medioambiental o ponerte en contra de los propietarios del lugar.
Por suerte, la cultura local te va introduciendo poco a poco en el inmenso mundo de la madera quemada. Primero, aprende a contactar con alguien autorizado para recoger y vender el material. No se puede ir a mutilar arbolitos tan ricamente. Segundo, agénciate una buena sierra eléctrica o, mejor, si no quieres ser amputado, busca alguien con esta destreza y dos brazos completos. Tercero, comprende que no todas las especies tienen las mismas propiedades caloríficas. Mejor la carrasca o la almendrera que el pino, que mucho humea y poco caldea. El cajigo y la olivera, ni tan mal. Cuarto y vital, limpie bien su chimenea antes de prender la llama, llame a un deshollinador, porque el riesgo de incendio no es tontada.
¡Mi reino por un fuego a tierra! El grito lanzado hace unos meses cuando la Putin guerra nos lanzaba a la subida del gas, de la luz, del petróleo y ¡hasta del pellet! Los del leño éramos unos suertudos, en esa mirada paternal que suelen tener los medios cuando observan el campo. A eso suma que hay que limpiar el monte para no alimentar tanto incendio. Todo cuadra. La nueva política forestal es mandar hípsters con hacha al pueblo.
Esta semana que ha amanecido el invierno, por fin, la amnesia olvida topes en la calefacción comunitaria al mismo ritmo que lleva a páginas interiores el conflicto ucraniano. Estamos ya a otra cosa. El encendido de las luminarias urbanas a un mes de Navidad contradice esa reclamación de ahorro. Hay que prender el árbol, no con fuego, sino con bombillitas cuquis. Mientras Vigo se ve desde la Luna, en el campo seguimos a oscuras. Quizá para que no se vea la vergüenza de que el derroche, la factura energética, la seguimos pagando nosotros, produciendo lo que tú consumes y para que otros se hagan ricos.
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