El Periódico de Aragón

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Jorge Cajal

EL ARTÍCULO DEL DÍA

Jorge Cajal

El insulto en política

Los improperios a Irene Montero señalan al feminismo como movimiento social y político

La violencia retórica dirigida hacia Irene Montero que hemos vivido estos días (y que, por fin, ha conseguido poner a Zaragoza en el mapa…) en distintas instituciones políticas del país ha generado un buen puñado de reacciones inmediatas, desde el apoyo incondicional a los insultos a peticiones de moderación del discurso o de dimisión para quienes los pronunciaron. Pero como insultar en política no es una novedad e incluso existe cierta cantidad de publicaciones al respecto, es posible realizar lecturas algo más profundas de estos hechos.

En primer lugar, este tipo de insultos en política no son simplemente hechos individuales, fruto de la ocurrencia de personas concretas y que se superan con un mensaje de disculpa, con algún reproche dentro de la familia política o simplemente con el paso del tiempo, dejando correr la agenda política. En este caso forman parte del repertorio de acción colectiva de la derecha española más reaccionaria porque el marco parlamentario (nacional o local) en el que en principio se inscriben es en realidad mucho más amplio, compuesto por medios de comunicación formales e informales donde se dan cita políticos, periodistas y militantes. En este sentido, el insulto no es una excepción que podría ser erradicada de la vida pública, sino una estrategia más de propaganda, de desgaste o de intimidación política.

En segundo lugar, los insultos en política pueden condensar un momento político concreto y permiten inferir que estamos atravesando un período importante de nuestra historia. Como cuando, en vísperas del Frente Popular, el diputado Xavier Vallat le dijo a León Blum que Francia, viejo país galo-romano, se disponía por vez primera a ser gobernado por un judío. O como cuando Simone Veil, ministra de Sanidad que sobrevivió a Auschwitz, defendió la ley del aborto en medio de referencias a los hornos crematorios, al genocidio o a los nazis. En la España del siglo XIX, Mendizábal fue representado con rabo de rata y recibió también abundantes insultos antisemitas en la época de la desamortización, pero también de una revolución liberal que había recibido un fuerte apoyo popular durante los motines urbanos de 1835 y de 1836. La imagen no está lejos, por cierto, de los insultos a Pablo Iglesias en redes sociales, antes y durante su etapa como vicepresidente del Gobierno.

La expresión «coletas rata» obedece inequívocamente a un reflejo antisemita del humor reaccionario español, en este caso dirigida hacia uno de los responsables de la puesta en marcha de medidas socialdemócratas para superar la crisis.

Ahora el punto de mira se encuentra en Irene Montero, aunque insultar a la ministra no es, ni mucho menos, una novedad. Se ha ironizado sobre su vida laboral, lo que podría conducir a preguntarnos si hay alguien dispuesto a implantar el sufragio indirecto (y en cuántos grados) para impedir que una parte de la ciudadanía española pueda llegar al Parlamento. Ya ha sido acosada en su casa y acusada de casi todo. Recordemos que las feministas, con ella a la cabeza, ocultaron la pandemia para poder celebrar su aquelarre como cada 8-M: por eso iban con guantes. O el lenguaje no significa nada, o ya estamos otra vez en la España negra, porque los aquelarres se frenan cazando brujas, abriendo procesos inquisitoriales y levantando hogueras.

En este sentido, los insultos a Irene Montero no señalan solo a una persona, sino a una forma de hacer política y al feminismo como movimiento social y político. Como es absolutamente innecesario si se trabaja y se es inteligente, quienes lo defienden se sitúan en la holgazanería y lo utilizan como forma de progresar socialmente sin merecerlo. La realidad es bien distinta, porque el feminismo se ha convertido en un ángulo fundamental de interpretación de la política y de la sociedad actuales (la igualdad efectiva necesita salarios y pensiones dignas, protección social, conciliación, un sistema sanitario público, una educación inclusiva, etc.) además de ser la referencia fundamental de socialización política de la juventud frente a otros lugares menos frecuentados como los partidos políticos, los sindicatos u otras formas de asociacionismo.

Hay otras conclusiones que se podrían extraer, como que quizás estos insultos son el intento de no seguir cayendo en las encuestas. O incluso cabe preguntarse cómo evolucionará políticamente tanto la persona insultada como la que insulta: hay que ser valiente para dedicarse a la política sabiendo que el adversario político no tiene límites y puede llegar al poder. Lo hizo Xavier Vallat, que antes de ser condenado por colaboracionista, fue el primer comisario sobre cuestiones judías del régimen de Vichy.

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