El Periódico de Aragón

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Juan Bolea

Sala de máquinas

Juan Bolea

Teatro y memoria

El área cultural que Sara Fernández dirige en el Ayuntamiento de Zaragoza puede presumir de un Teatro Principal que, a la vista de la programación, taquillaje y rentabilidad de esta última temporada no tiene nada que envidiar a los mejores coliseos madrileños. El equipo técnico coordinado por José María Turmo ha sido capaz de ofrecer un calendario escénico de primer nivel, con mucha calidad en sus figuras y obras y amplia variedad en los géneros.

Así, por ejemplo, en la última semana hemos podido admirar, con todas las funciones llenas, dos espectáculos muy distintos pero unidos por parámetros de interés y buen gusto.

Por un lado, Miguel Ángel Berna homenajeaba a Ramón J. Sender con su coreografía de danza Crónica del alba. El talento del bailarín aragonés se consagra en esta ocasión a enaltecer el recuerdo de quien es, sin duda, nuestro mejor escritor contemporáneo, a mucha distancia de los demás. En la España del siglo XX, Sender no tuvo rival como narrador. Sin embargo, su figura está muy olvidada y sus libros apenas se leen hoy. La historia no le ayudó, tampoco la crítica, pero su obra, desde mi punto de vista, está por encima de la de Delibes o Cela, firmas impuestas como lecturas obligatorias en periodo escolar, bicoca de la que Sender nunca se benefició. La danza de Berna nos recordó sobre las tablas la épica vida de nuestro gran novelista, su lucha política, su exilio y soledad…

De la memoria asimismo nos habla ¡Ay, Carmela!, el texto de Sanchís Sinisterra con montaje y dirección de José Carlos Plaza, auténtica institución del teatro español a quien tuve el placer de saludar en el Principal.

Sobre su tarima, Pepón Nieto y María Adánez interpretaron a unos pobres cómicos que en la guerra civil defendían ideales republicanos. Obra conmovedora, en cuyos diálogos sigue latiendo ese horror y ese humor, tan españoles, que tiñeron de negra pena y amarga ironía un país enfrentado a muerte por culpa del odio y la intolerancia. La metáfora de aquella compañía ambulante de variedades actuando en el frente del Ebro para unos y otros combatientes nos sigue hablando hoy de la imperiosa necesidad de unificar el público de esas dos Españas en una sola función, en la que podamos llorar y reír juntos.

Teatro y memoria...

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