Criaturas de la mugre

Lo que asoma por la gatera de nuestra vida cotidiana es el odio, un odio cada vez más rusiente

Rafael Campos

Rafael Campos

Le dicen violencia política. Y desde luego no se puede negar el estruendo. El ingrediente no es la discrepancia, la controversia, el desacuerdo y hasta la contienda verbal basada en el uso más o menos afilado del idioma; no, no es eso. Lo que asoma por la gatera de la vida cotidiana, por donde se cuenta la calderilla de la historia nuestra de cada día, es el odio; un odio cada vez más rusiente, cada vez más lleno de bilis.

El odio: la grasa más cruda de este cocido político que luego es explotado como espectáculo en la bazofia de la comidilla nacional. Y la cosa es, por ahora y cada día, ver quién sube la apuesta, quién insulta con más saña a quién. La irrupción de esa franja, que niega con tanto ahínco ser neofascista porque pasa de etiquetas, según dicen –ni falta que les hacen–, ha modificado los protocolos, ya de por sí bastante maltrechos, y agriado las polémicas desde su forma de hacer política sin complejos, como les gusta definir, por ejemplo, en su forma de entender la defensa de su España, la suya, la que les pertenece y desde cuya sagrada unidad señalan a los españoles dignos, a los muy españoles y a los mucho españoles, así como a los dudosos, los indignos, los antiespañoles, los que amenazan el recio macizo de la raza, que vienen a ser, según sus finísimos análisis sociales, los otros o los de fuera.

Se ha ensayado ya antes en otros sitios, lo hemos visto en aquella república; allí hay una cosa que se llama Qanon; sus seguidores creen en una presunta conspiración tan delirante que daría risa si no contara, por un lado, con cuantiosos medios para esparcir su basura, y por otro con la imbecilidad humana para alimentarse con esa bazofia, que ya se dijo de la estupidez humana que era una buena manera de medir el infinito. Cuánto renta el insulto, la mentira, la calumnia; cuánto suma en votos, y cómo puede llegar a aupar a un descerebrado hasta uno de los mayores puestos de poder del planeta, eso ya se ha visto, se ha sufrido. Y por aquí se fabrican imitadores calculados para alimentar el mismo lodazal donde la mugre crece gozosamente y da tan buenos servicios.

La última es aún más asombrosa: sale una señora y se pone a defecar por la boca una clase de mierda que –una vez más– ya se ha ensayado en otras ocasiones y lugares con el mismo esquema: agredir a mujeres para dañar a sus maridos, generalmente hombres y mujeres que ostentan poder político. A esta aventada no es fácil tomarla en serio ni dos segundos, dada su apariencia de medio sonada recién salida de algún frenopático, pero a base de subir el hedor a porquería, ahí la tenemos, a punto de escalar puestos en la selección de engendros de las criaturas de la mugre.

En fin, y como la historia menuda de los pueblos suele ir trenzando a diario lo violento, lo cruel y lo grotesco para aderezo de la comedia bufa de nuestro circo nacional, tenemos otra novedad menos cruenta a cuenta del nuevo comentarista deportivo, un expresidente del gobierno que se llama, mire usted por donde, casi igual que aquel M. Rajoy que salía en los papeles famosos del contable Bárcenas, millonario por la gracia de dios; aquel M punto Rajoy cuya identidad aún no ha logrado descubrir el juez de aquella causa. Y mire usted por dónde, aquél presidente nos vuelve convertido en columnista cómico-deportivo; y nos reímos todos mucho con sus gracias y ocurrencias, aunque no tanto como se debe de estar riendo él, que firmará, sin duda, los artículos con el nombre completo, por si las moscas.

A ver si nuestros jóvenes millonarios de la futbolina patria consiguen una tregua y nos juntan en las plazas al son de la fanfarria nacional y el lolololo, que eso hace mucho para la unidad de destino en lo universal. Y esperemos que no haya medidores de entusiasmo. No vaya a resultar que haya que vibrar con la mafia internacional del fútbol para que no te apunten en la lista de malos españoles, de españoles sospechosos.

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