EL ARTÍCULO DEL DÍA

Ríos revueltos y ganancia de los de siempre

Hemos notado hace tiempo que los políticos no nos hablan como piensan

Rafael Campos

Rafael Campos

El río de la política viene revuelto. La bronca es el rayo que no cesa y ya no nos van quedando adjetivos, improperios, exageraciones, insultos o simples trolas y trolas compuestas con tal que no cese el estruendo, que por ahora no llega a la taberna, a la barra de caña, pincho tortilla y si fue o no fue penalti. Y menos mal; imaginen la disputa feroz que aparentan los y las sobresalientes de las portavocías tomadas a pecho por la testosterona popular, que lo mismo te gana o te pierde una guerra que te pone a aquel rey medio psicópata paseado en carroza por una reata de recios (con erre) patriotas uncidos en el tiro. ¡Será por huevos patrios!

Pasa que los políticos profesionales solo alteran ya a los contratados directos, mientras el común anda a lo suyo, que para todo tiene. Diríamos incluso que a los políticos –a unos más que a otros, me parece– les vamos descontando la trola en cada cosa que dicen, porque hemos notado hace tiempo que no nos hablan como piensan, sino pensando bien cómo nos hablan para subir en las encuestas. ¿Todos? ¿Son todos iguales y hace todos lo mismo entonces? Por supuesto que no, los unos lo hacen menos, solo cuando se ven obligados por los otros, que solo sirven a los intereses que todos sabemos, etcétera, etcétera.

O sea, que en medio de este río navegamos los unos y los otros; y peor los que presumen de no ser o tener ni unos ni otros. Estos también mienten, hasta sin saberlo –que a veces también se sueltan trolas sin saberlo–; son los que repiten lo último que han oído en la todología de la tertulia, o en la emisora que enseña a insultar con estilo y se acomoda más a su interés o a su prejuicio, o sencillamente se lleva mejor con el color de la bilis de ese día, que aquí a veces nos vemos opinando y discutiendo desde el escroto hirviendo por el penúltimo cabreo.

Mas luego, fuera de este cascajo consuetudinario, hay otro río que forma otra corriente, paralela, asintótica, casi superpuesta a veces, que desborda su cauce propio para invadir el canal principal. Este otro río no trae noticias del congreso, ni de los partidos ni de la política, ni del alza de los precios o del euribor y que mire usted las hipotecas por las nubes, y en fin, todas las cosas de la vida real, que le decimos. No. Este otro río al que nos referimos trae aguas igual de turbulentas, pero ya no en drama, sino en comedia o en farsa grotesca. Y es como una especie de bálsamo que sirve de descompresión, una especie de valium gaseoso que segrega el cuché de las revistas y de las otras tertulias, las del intestino grueso, o del corazón, que dicen.

Para este otro gran guiñol hacen falta payasos propios, y a veces hay algunos que juegan en los dos canales, seres estereofónicos que se salen de su curso natural para invadir el otro y contaminarlo de gominolas y colorines. Ahí hoza una legión de personajes que facturan cientos de miles de euros devengados de nuestra atención entretenida, representando cada uno la comedia de su vida pensada ya como negocio. El penúltimo acto se ha desarrollado en tres pistas casi simultáneamente. Por un lado don Vargas, el señor de la Pichula y su historia de amor y de luceros con ese bajorrelieve perfectamente maquillado y lleno de brillos, doña Preysler; por otro la hija, (o la higa, como quieran) de la mencionada señora, la madre innúmera más industriosa de España cañí, CEO de Preysler hijas and Co. que vende su crónica de desamor en capítulos a tantos mil la entrega, mientras asesora a su hija, la inefable Tamara, que no para de tratar de decir cosas por si alguna vez logra hacerse entender, dado su peculiar modo de maltratar nuestra gloriosa lengua hablada. Sin olvidar el secundario, un joven guapo que sabe ir en moto, según dicen, y que la amará para siempre, siendo siempre igual a equis multiplicado por el número de rupturas, reconciliaciones, entrevistas y reportajes.

O sea, que estas dobles parejas de madre e hija con sus respectivos han ocupado el corazón de todas las Españas, con sus idas y venidas de cuarto en cuarto de baño y de una a otra cama de sus casoplones, en medio de un lujo ganado duramente con el sudor de su frente (digámoslo así). Y quede aquí la cosa por ahora; que tenemos además a lo innumerables borbones, borbones off y más borbones off off; hijos, nietos, nietas con sus correspondientes y costosas desocupaciones, con las que completan el río que no cesa de la gloriosa historia de nuestra España Imperial. ¡Y aún dicen! ¡Poco nos pasa!

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