HOGUERA DE MANZANAS

Principios sin final

Olga Bernad

Olga Bernad

Fue Aristóteles quien dijo que todos los gobiernos mueren por la exageración de sus principios. Y eso vale para los gobiernos de todos los colores. No es extraño que estos meses previos a las elecciones nos toque ver ocurrencias varias destinadas a la captación de votos y al afianzamiento de capillas. Rentas garantizadas y universales en cuanto cumplas los 18 años que nadie sabe de dónde van a salir, prioridad para el acceso al trabajo según sea tu orientación sexual (siempre que lo jures, claro, sin más), latidos de corazón que agitan los espíritus... Todo y cualquier cosa puede ser sacudido sin pudor ante nuestros ojos. Y todo nos acaba posicionando frente a los otros. La cuestión es afianzar votos y principios, porque especialmente esto de los principios se considera tradicionalmente algo muy positivo, así, sin distinguir el buen temple del mero emperramiento. «Una persona de férreos principios», pronuncia el universo con voz grave. Sin embargo, decía Ortega y Gasset que nuestras convicciones más arraigadas, más indudables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión.

Quizá por eso deberíamos valorar más a quienes amplían nuestra manera de ver las cosas que a quienes nos acarician la chepa del pensamiento, sobre todo cuando es más en su beneficio que en el nuestro. Cuando el tiempo va amasando en nosotros convencimientos y costumbres, es casi un milagro. Si nos hicieron ver un poco más, o solamente mirar de una manera distinta, nos regalaron algo que teníamos vedado. No siempre es fácil, pues uno se atrinchera sinceramente en sus razones y en su experiencia. Pero esa nueva manera de mirar nos acompaña desde entonces, nuestros ojos riegan con ella la realidad, leen más letras. Nos hace (un poco) menos manipulables en el inmenso juego de vivir.

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