Gente corriente

El Holocausto no fue obra de una sola persona o de un grupo reducido de dirigentes nacionalsocialistas

Hace 18 años, la Asamblea General de las Naciones Unidas creó el Programa de Divulgación sobre el Holocausto, con un objetivo: recordar al mundo que la perspectiva que nos otorga el Holocausto es relevante para prevenir futuros genocidios. Cada año, en torno al 27 de enero, la UNESCO rinde tributo a la memoria de las víctimas del Holocausto y ratifica su compromiso de luchar contra el antisemitismo, el racismo y toda otra forma de intolerancia que pueda conducir a actos violentos contra determinados grupos humanos.

En la primavera de 1945, el mundo se horrorizaba ante la barbarie nazi. Pero el Holocausto no fue obra de una sola persona o de un grupo reducido de dirigentes nacionalsocialistas. En aquel genocidio, por activa o pasiva, participaron miles de personas, la mayoría de ellas eran gente corriente: campesinos, jóvenes, burócratas, profesionales de diferentes ámbitos… que lo facilitaron.

Cuando Hitler llegó al poder en 1933, el Partido Nazi contaba con más de 2 millones de miembros, en 1939 eran 5,3 millones y en 1945 alcanzó los 8 millones, (alrededor del 10% de la población alemana de 80 millones). En las elecciones de julio de 1932 lograron acaparar el 37,2% de los votos (más de 13 millones); está claro que su discurso de odio llegó y caló en todos los segmentos sociales. Y que esos millones de votantes –la mayoría gente corriente– de una manera u otra, permitieron que el genocidio se llevara a cabo.

Pero también fue gente corriente la que fue oprimida, perseguida y asesinada, no por haber cometido un delito sino simplemente porque, según la perspectiva del nacionalsocialismo, eran peligrosos, porque eran diferentes y no tenían cabida en la sociedad que imaginaba el nazismo: judíos, personas con discapacidad, masones, gitanos, homosexuales, Testigos de Jehová, opositores políticos y, entre éstos, los más de 9.000 mujeres y hombres republicanos españoles deportados a los campos nazis y varios miles más obligados a realizar trabajo esclavo en la industria de guerra del Reich, por su condición de enemigos políticos de Franco y de Hitler y por su contribución a la lucha contra el ocupante alemán en Francia.

Viendo el devenir de la historia, el objetivo propuesto por las Naciones Unidas en 2005 no se ha conseguido. La historia nos demuestra que esta barbarie vuelve a repetirse de diferentes formas y en diferentes lugares. Desde el fin de la II Guerra Mundial hemos sido espectadores de muchos genocidios: Camboya, Ruanda, Bosnia, Darfur, Srebrenica… El lema que acuñaron los supervivientes del exterminio propiciado por el régimen nacionalsocialista –«Nunca Más»– sigue hoy tan vigente como entonces.

El 24 de febrero de 2022, el mundo entero miraba horrorizado las imágenes que nos venían de Ucrania. Las imágenes de largas filas de personas huyendo de su país, de una muerte casi segura, nos recordaban las largas hileras de republicanos españoles en la frontera francesa. Son distintos rostros, pero las mismas expresiones de dolor y desolación. Sin embargo hoy, casi un año después de esas imágenes, esa misma guerra ya la hemos normalizado, esas imágenes ya no nos impresionan, y sin embargo el dolor y la desolación es igual o mayor. Miramos hacia otro lado.

Hubo alemanes que dijeron que no se enteraron de lo que hacía Hitler, muchos españoles colaboraron con el franquismo, sectores de la sociedad rusa justifican o parecen ignorar la guerra provocada por Putin. Por eso es necesario recordar que fueron, y somos, la gente corriente la que, o bien ignorando lo que ocurre o bien apoyando a esos regímenes, facilitamos la extensión de la barbarie.

Debemos tomar conciencia de que cada uno de nosotros formamos parte de la historia y somos responsables de esa historia. En la actualidad vemos continuamente como se vulneran los derechos humanos, como se sigue persiguiendo al que es diferente, como se imponen criterios ideológicos sectarios y como todo vale para hacer prevalecer unas ideas o intereses excluyentes. Es en este momento cuando tenemos que volver a mirar la historia, renegar de esas personas corrientes que facilitaron los genocidios y represiones y reivindicar a esas personas, también corrientes y anónimas, que lucharon para que esta sociedad fuera más justa y, sobre todo, más libre

Elie Wiesel, superviviente de los campos de concentración y Premio Nobel de la Paz, dijo «La indiferencia ante el sufrimiento de los demás es lo que convierte al ser humano en inhumano (…) Responder al mal es lo que nos hace humanos».

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