Ciencia y banalidad

Carmen Bandrés

Carmen Bandrés

Internet es una gran herramienta, un recurso tecnológico que, como tal, puede ser bien o mal usado. Quizá una de sus peores versiones reside en el auge de una comunicación fuera de control a través, fundamentalmente, de las redes sociales, lo que no implica una consideración negativa de las mismas, sino que suelen ser vehículo para la transmisión de bulos y opiniones poco o nada fundadas sobre cualquier temática, incluso de enorme relevancia; en suma, fuente de una profunda banalización de todo cuanto tratan.

Ello, sin citar siquiera la influencia social de personajes cuyo éxito se basa en su perfil y estilo para abordar cualquier asunto de referencia, sin excluir, ni mucho menos, temas tan sensibles y delicados como los relacionados con la salud.

Pero la Red es también un fructífero canal para la transmisión del conocimiento; un medio extremadamente poderoso y fecundo, con una potencia impensable hace apenas unas pocas décadas. Un instrumento al servicio de la ciencia que facilita el intercambio de datos y la divulgación de tesis y proposiciones al gran público, el cual no siempre posee capacidad ni preparación para asumirlas, carencia en vías de eventual solución merced a la facilidad actual para acceder a una información muy valiosa.

Hace algunos años, las personas interesadas por la erudición o, simplemente, estudiosas y deseosas de saber más en cualquier campo, adquirían enseguida fama de rarillas, empollonas alejadas de la prosaica realidad y, como tales, denostadas. Algo hemos ganado, aunque temo que no lo suficiente; hoy, ser un buen científico apenas tiene connotaciones negativas, si bien tampoco suele suponer un prestigio notable, algo que solo se solucionará cuando la sociedad globalmente valore la sabiduría por encima de la irrelevante banalidad. Aún nos falta mucho para eso. Y así nos va.

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