Cierzo feroz

Laura Bordonaba

Laura Bordonaba

Dos nubes siguen sobrevolando los Premios Feroz días después de su entrega. Una, acerca del frío que puede hacer en Zaragoza cuando el cierzo sopla inclemente. Otra, acerca de las denuncias de agresión sexual a uno de los invitados.

Dicen por ahí que quien se acostumbra a vivir en Zaragoza puede vivir en cualquier lugar. El cierzo, que todo lo arrasa, que limpia el aire y los abrigos, los puentes y las calles. Salvo la culpa.

Afortunadamente, ya no queremos acostumbrarnos a las agresiones sexuales. Hoy en día se denuncian, se cuentan, se airean en redes sociales.

Pasó aquel tiempo en que normalizábamos y tragábamos con que bajo el atenuante del alcohol, de la fiesta o de lo que fuese, nos metieran mano en bares, conciertos, o lo que tocase.

Es muy difícil explicar en lo violento que es que un desconocido sin mediar palabra te clave una garra entre tus muslos, o te agarre una teta. Es la violencia sexual que se ve. Pero está la otra, la soterrada, la escondida, sutil y que en lugar de como un cierzo es como una calima que te deja somnoliento. Las que son acoso o simplemente inaceptables. ¿Ha ocurrido, estaré exagerando?

Un jefe cuando apenas eras una estudiante y te perdías entre becas y prácticas diciéndote lo guapa que estás por las mañanas mientras te miraba con ojos lascivos, los gritos de carácter sexual al pasar por delante de una obra, o los tocamientos en el autobús. Comentarios sobre tu cuerpo, un señor dándote la brasa en un viaje a Barcelona queriéndote llevar en coche y poniéndose agresivo, un chico en el metro molestándote durante todo el trayecto diciéndote lo buena que estás. Son demasiados aires, demasiados días de cierzo.

Hoy denunciamos y gritamos. Basta de normalizar que el alcohol o la fiesta es carta blanca para traspasar todo lo aceptable. Basta de normalizar que el poder o reconocimiento, o el género, llevan aparejadas estas cosas. Basta de pensar: no voy a decir nada porque pensarán que ya estoy fastidiando la fiesta, o que soy una rancia, o que lo que me pasa es que a mí no me han entrado. Basta de sentir vergüenza.

Recuerdo una ocasión en que defender a una amiga de una agresión en un bar me llevó a casi sufrir una agresión física por parte de su agresor. Le detuvo un amigo, que en un momento dado le recriminó: ¿Qué estás haciendo? Déjalas en paz.

Ahí está también la clave. En que todos denunciemos estos comportamientos, en que aislemos a los que se comportan así, en que se queden solos bajo el cierzo brutal. Se acabó la fiesta.

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