Sala de máquinas

Velos

Juan Bolea

Juan Bolea

Uno de los mejores cuentos de Nathaniel Hawthorne, El velo negro del pastor, narra una, más que curiosa, paradójica o metafórica situación. Ambientado a mediados del siglo XIX en una comunidad de los todavía jóvenes Estados Unidos, en la que regían las tradiciones de los «padres fundadores» de una «nueva Jerusalén» (con su sobrecarga de moral luterana congregando en oficio dominical a pueblos y ciudades), confunde al lector con un efecto inesperado.

Uno de esos pastores protestantes, hombre equilibrado, educado en los textos sagrados, aparece un buen día tocado con un velo negro colgándole del sombrero e impidiendo verle el rostro. De esa guisa sermonea desde el púlpito o se detiene a hablar (cada día con menos frecuencia) con alguno de sus desconcertados vecinos. Ninguno de los cuales, por confusión o respeto, osará preguntarle por qué ha decidido cubrir su rostro con tan fúnebre crespón. Habrá que esperar hasta momentos antes de su fin, cuando el pastor yazca en su lecho mortuorio, para desvelar un misterio que, en buena medida, permanecerá indescifrado más allá de la muerte del pastor.

Igualmente en el Irán actual de los ayatolas, demasiados ciudadanos llevan los velos de la vergüenza.

Las mujeres, por imperativo legal, evitando a la fuerza mostrar sus rostros a la enfermiza concupiscencia de quienes piensa como sus nefastos dirigentes. La desobediencia a esta rígida norma puede acarrear la muerte, como le ha sucedido a la joven Mahsa Amini, torturada en dependencias policiales por no llevar el velo en público.

Asimismo, los ciudadanos iraníes, en general, están velados, vetados en sus libertades por leyes represivas que les impiden reunirse, expresarse… o bailar, como esa pareja de diseñadores, Astiaj Haghighi y Amir Ahmadi, condenados a diez años de prisión por dar unos espontáneos pasos de baile en una plaza pública. La metafórica advertencia del cuento de Hawthorne, aquel velo que, cubriendo la cara de un solo ser humano, consigue perturbar a los demás, sembrando en la sociedad una extraña mezcla de inquietud, rechazo y vergüenza, se ha hecho realidad, por desgracia, en países como Irán. Luchar para retirar esos velos, para que la censura, la intransigencia, la dictadura no se extiendan a otros países, comunidades, religiones, es, o debería ser, una obligación de todos.

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