Opinión

Un mal día

Todos hemos tenido un mal día. Y lo seguiremos teniendo, ojalá fuera cosa solo de 24 horas. Tenemos derecho, además, como seres humanos que piensan, viven, se estresan y sufren a pasar una jornada de mala leche, cruzada, con el pie cambiado. Pocas cosas hay tan democráticas. Nos ocurre a todos sin excepción.

Podríamos establecer, incluso, una tipología de malos días. Ese en el que todo sale mal a pesar de tenerlo todo previsto y preparado desde hace días; aquel que levantándote de buen humor, con tiempo suficiente para desayunar sano y tranquilo, se tuerce nada más entrar por la puerta del trabajo; cuando recibes una noticia inesperada y te hunde el día, la semana y hasta la vida; el que dices o haces algo inapropiado sin quererlo…

Da igual si hace sol o llueve. Si es verano o invierno. Si eres pobre o rico. La suerte es como la salud, por mucho que la busques o la invoques no aparece cuando quieres.

A veces, cuando leo o escucho algunas cosas pienso que las neuronas que han generado ese pensamiento tienen un mal día. Las de la ministra de Igualdad hablando de «ceder» para reformar la ley del solo sí es sí. Las de los que critican a Ione Belarra por no llevar sujetador durante un mitin. Las de Isabel Díaz Ayuso --cuándo no es fiesta en ella-- gritarle al portavoz socialista en la Asamblea de Madrid «que os vote Txapote».

Afortunadamente, el propio enunciado de la frase encierra lo mejor de él. Tener un mal día es, precisamente, eso. Algo ocasional. Uno, dos o tres de 365. O cinco o seis o siete, en cualquier caso infrecuente. Y según con qué otro día de qué otra persona lo comparemos nos parecerá malo, regular o poco bueno. Sino que se lo pregunten a Arturo Aliaga.

El presidente del PAR sí tuvo ayer un mal día. Claramente, que diría Shakira. La mayoría de su ejecutiva, del equipo de confianza que nombró cuando resultó elegido en aquel Congreso maldito del Partido Aragonés de octubre de 2021, ha presentado una moción de censura contra él. Le acusan de ignorar sus obligaciones como presidente de la formación aragonesista y proponen sustituirlo por el senador Clemente Sánchez-Garnica. Ya saben todo el lío que ha habido con ese congreso. Generó acusaciones de pucherazo, algunos miembros del ala supuestamente perdedora lo impugnaron ante la justicia y ésta sentenció que debía repetirse. A partir de ahí, un embrollo capital de alianzas, exjefes moviendo hilos y traiciones que ríanse de House of Cards o Borgen. En este caso aquello de que la realidad supera a la ficción viene al pelo. A ver qué pasa hoy en el pleno de las Cortes y qué hace el presidente de Aragón con el vicepresidente que le dio el gobierno.

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