Opinión | LA RÚBRICA
‘Estalentao’
El talento es una capacidad innata que dota de especial habilidad a una persona para lograr un objetivo
El talento gana partidos, pero el trabajo en equipo y la inteligencia ganan campeonatos. Esta frase del mítico jugador de baloncesto, Michael Jordan, define la diferencia entre dos conceptos que confundimos con regularidad. El talento es una capacidad innata que dota de especial habilidad a una persona para lograr un objetivo. La inteligencia, en cambio, tiene en cuenta la genética heredada, junto al aprendizaje adquirido en un entorno determinado, para diseñar y superar con agilidad el camino a la meta. Una persona puede vivir de su talentología, pero se socializa gracias a su inteligencia.
En los departamentos de recursos humanos se habla más de talento que de intelecto. La paradoja es que se valora más la creatividad, integrada en el cociente intelectual individual, que la especialización propia de lo talentosa que pueda ser esa misma persona. El talento tiene sus contradicciones. Pone más en valor a los rastreadores que husmean, que a los rastreados que encuentran.
Ahora que los recursos humanos se analizan con medios artificiales, este área tendrá que ampliarse con la parte robotizada. Se avecina el RHIP (Recursos Humanos e Inhumanos de Personal) de esta disciplina psicológica en las organizaciones.
Los talentólogos están sobrevalorados. En su acepción más conocida, estos cazatalentos viven de su capacidad de capturar presas ajenas, para empresas propias.
Con dinero, y buenas ideas, podemos ser los mejores recolectores de talento. Incluso sin tener ni idea. Los más conocidos son los ojeadores, que hacen de la caza deportiva un arte de vida aplicado al fútbol. En realidad, estos expertos son inteligentes porque han aprendido a diferenciar una joven promesa de un futuro incierto. Pero son tan listos, que conseguirán beneficios de ambos.
El futbolista con talento se hará rico y famoso, hasta que pierda todo. El jugador inteligente, en cambio, aprovechará esa oportunidad para aprender a desarrollar con humildad un proyecto de vida. En economía se utiliza el talento para identificar a un millonario emprendedor de éxito. Mientras, la inteligencia se degrada a su utilización para trabajar.
Algo de culpa arrastra nuestra cultura judeocristiana en esta perversión. El pasaje más cruel y despiadado que ensalza el capitalismo salvaje lo encontramos en la Biblia. La parábola de los talentos, que nos relata el Evangelio (Mateo 25, 14-30), es digna del peor Adam Smith. La idea de que debemos multiplicar los beneficios y entregar nuestro dinero a los banqueros, o seremos expulsados a las tinieblas, parece una plegaria más propia de una oración conjunta de la CEOE y de la patronal bancaria AEB.
Lo curioso es que el talento era una unidad de medida monetaria. Equivalía a unos 34 kilos de plata en el Antiguo Testamento, que se depreciaron a menos de 22 en el Nuevo. Parece que el talento de Judas se compró en las rebajas de un rastro de traiciones.
A la mujer se le ha reconocido antes su talento que su inteligencia. Debía ser más fácil explicar una casualidad inesperada que un esfuerzo trabajado. Es de agradecer que hoy se reivindique (más que celebre) el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. El conocimiento tiene más que ver con el aprendizaje que con el talento. Esperemos que sea casualidad que esta conmemoración coincida hoy en el santoral con la celebración de la Virgen de Lourdes, una figura que se asocia a una milagrería que está en las antípodas de la inteligencia.
El talento se vincula más a un ferial y el esfuerzo a un erial. Los parques temáticos para descubrir jóvenes con ideas se comportan como atracciones con premio de tómbola. ¿Dónde hay más talento? ¿En una cita de futuros emprendedores, patrocinados desde el poderío económico o en una asamblea del Centro Social Comunitario Luis Buñuel, respaldada por los vecinos del Gancho? En ambos. El problema es que la fractura cooperativa destruye la capacidad común de mejora social. Jorge Azcónficha supuestos talentos para su lista electoral al mismo tiempo que desaloja, policía en mano, una inteligencia colectiva, vecinal y solidaria que revitaliza un barrio más amable e integrador.
El líder del PP utiliza las fuerzas del orden en la calle, y el orden de sus fuerzas en las instituciones, para oponerse cada día al Gobierno de Aragón.
Mientras, en la Aljafería, el transfuguismo se convirtió en transtalentismo. Al final, en la baja política, ruedan más las cabezas que los cerebros. El problema, como decimos en Aragón, es que hay mucho estalentao.
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