DESDE MI RINCÓN

Incapacidad social

María Jesús Ruiz

María Jesús Ruiz

Solo hay que cruzar nuestro querido Pirineo unos kilómetros y pisar el primer pueblo francés para encontrarte con plazas reservadas para el aparcamiento de personas con discapacidad donde dice bien clarito «si quieres mi plaza de aparcamiento, toma también mi discapacidad» (ya disculparán si la traducción no es muy exacta). Igualito que aquí, ¿no?

Es un poco increíble que a tan solo una docena de kilómetros estemos todavía tramitando el cambio de calificación en nuestra Carta Magna, la Constitución, que en su artículo 49 sigue hablando de disminuidos en el año 2023.

Mi contacto con la discapacidad empezó en el cole. Allá por los años 70 tenía una compañera, Rosita, debía yo de apuntar ya maneras, porque la sentaron en el pupitre contiguo al mío y cuando terminaba mis tareas la profesora me pedía que le ayudara. Yo, muy cría, le guiaba la mano de aquellos cuadernos Rubio para que aprendiera a escribir. Era el único apoyo que tenía en el sistema educativo. Al tiempo, mi siempre sonriente compañera desapareció del cole y al preguntar con ella nos explicaron que iba a un centro para «subnormales».

Hemos avanzado y mucho. Las personas con discapacidad tienen un gran abanico de servicios y recursos que les permite tener una mayor calidad de vida, pero ¡nos queda tanto por avanzar!

El martes observaba a Marta empujar su silla de ruedas y pensé «¡qué valor que tiene la tía!», porque yo, que ya me he pegado un par de piñas con mi bici al no poder esquivar agujeros y bordillos, si tuviera que ir siempre sobre ella estoy segura que tendría el cuerpo cosidico. ¿Han observado la de barreras arquitectónicas que tenemos en nuestras casas, nuestras calles, los edificios públicos a los que por obligación tenemos que acudir a realizar gestiones?

Y vamos, aunque resulte un tanto escatológico, con las cacas que hay por las calles y la gracia que nos hace pisar una, no quiero ni imaginarme si te fuera directamente a la mano. La persona más cercana y querida para mí con discapacidad es mi sobrina Julia. Ojo que hace no tantos años tal vez ni la nombrara por pudor, para que ustedes no soltaran eso de ¡pobrecica!, pero ahora lo hago por orgullo. Se intentó que estuviera escolarizada en el centro educativo cercano a su casa pero les faltaba un gran asignatura que se llama Equidad, y por lo tanto hubo que buscar un colegio extraordinario, que no es lo mismo que especial, para ella. A partir de aquí y pese a que vive en la ciudad de la libertad, todo es un esfuerzo permanente y un ir y venir a diversos recursos de punta a punta. Pese a ser la persona más sonriente y agradecida que conozco muchos días acaba agotada .

Desde mi rincón y como experiencia observante de vida les digo que basta ya, somos una sociedad incapaz ante la discapacidad y necesitamos curarnos con altas dosis de empatía, educación, equidad e inversión. Menos donaciones benéficas y lastimeras y más Derechos y recursos que integren y no segreguen. Como ella, todas las personas con discapacidad ponen el esfuerzo, pongamos el resto de la sociedad algo también. Aprendamos de su ejemplo con la dignidad que merecen por derecho.

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