TERCERA PÁGINA

San Valentín enmascarado

Estas fiestas recibían el nombre de Lupercalia, en honor del dios Lupercus

Luis Negro Marco

Luis Negro Marco

Más lardero que nunca ha llegado este año San Valentín enmascarado, de mimo mimetizado, preludiando con sus rojas rosas de amor la llegada del mimado Momo, el de hollín tiznado rey del Carnaval.

Así que San Valentín bien vale –como valedor de los enamorados– que se lo celebre, al igual que Gonzalo de Berceo solicitaba como premio por sus cantigas, con un vaso de buen vino y además, con una rosa roja de amor que anime las festivas y transgresoras celebraciones que caracterizan a las carnestolendas (tolerado comer carne previamente a la Cuaresma, la cual comienza el Miércoles de ceniza: 22 de febrero).

La festividad de San Valentín fue instituida por la Iglesia para contrarrestar y sustituir a los festejos anuales que se daban en el Imperio de la Roma precristiana para invocar la fertilidad de las jóvenes que acababan de contraer matrimonio. Estas fiestas recibían el nombre de Lupercalia, porque se daban en honor del dios Lupercus (lobo) patrón de los rebaños y de los pastores y de la diosa Juno, protectora de las mujeres y de la institución del matrimonio.

Por esta razón, en muchas representaciones de la Roma clásica, Juno aparece entre los recién casados, cubriendo la novia su cabello con un velo llamado flamnum (fuego). De ahí el velo que luce la novia en el día de la boda y que el color rojo represente la apasionada atracción que sienten los enamorados.

De manera que, como trasunto de la diosa Juno, la figura de San Valentín es, al igual que la de otros santos ígneos (San Jorge, por ejemplo) ambivalente y equivalente, ya que encarna al mismo tiempo la masculinidad y la feminidad, unidas, anilladas (de ahí el simbolismo del anillo nupcial) a través del matrimonio.

La vertiente femenina de San Valentín quedaría patentizada por la invocación que en las Lupercalia de la antigua Roma se hacía a la diosa Juno, a quien a veces (al igual que las novias romanas) se la representaba cubriendo su cabello y su rostro con un velo. El mismo velo con el que cubría su rostro la diosa panmediterránea Isis, la cual devino en Santa Águeda (5 de febrero) a quien en la isla de Sicilia festejan desde hace siglos las mujeres saliendo a las calles vestidas de blanco (como las madamas de los Carnavales de Bielsa), cubriendo su rostro también con un velo (como si de una máscara de Carnaval se tratase) y portando una rosa roja en la mano (símbolo del fuego del amor).

Así mismo, la versatilidad de San Valentín entronca con la que es propia de las fechas del año en que se celebra (14 de febrero) en las que se manifiesta un tiempo que oscila entre las rayadas de sol que llegan hasta el rostro como punzadas de luz y la ausencia de calor, toda vez que el poder calorífico del astro rey queda neutralizado por las ráfagas del rastrillador aire polar que se expande atolondradamente y sin barreras por entre las montañas, los llanos y los valles.

Sin embargo, en llegando San Valentín los días han alargado ya mucho su tiempo de luz, en detrimento de sus horas de oscuridad. Y así, hasta que se igualen en torno al 21 de marzo, en que se produce el equinoccio de primavera que San Valentín anuncia con su llegada. De hecho, otro de los posibles orígenes de su fiesta se remontaría a la Edad Media, época en que sajones y francos generalizaron por Europa el siguiente refrán: «Por San Valentín los pájaros comienzan a arrullar», con su equivalente en el nuestro: «Por San Blas, la cigüeña verás». Y es que, barruntando la llegada del buen tiempo, las aves comienzan por estas fechas a hacer sus nidos, habiendo antes elegido cada cual a su pareja.

Por eso se popularizaron también en la Edad Media las lifaras y fiestas de los valentines y de las valentinas, en las que, en no pocas ocasiones, era la suerte en los juegos que se realizaban la que decidía la juntanza de las parejas, para desdicha de muchos, ventura a medias de otros y dicha completa de quienes de verdad se amaban.

Y este año, la diosa Fortuna ha vuelto a unir al Carnaval con el santo valiente, San Valentín (por ello nos llega enmascarado y felizmente ya, sin mascarilla) cuyo nombre hace honor a cuanto representa: la valentía y la fuerza del amor, que todo lo cambia y todo lo puede. Así que este San Valentín, sé valiente. Desenmascara tu amor y regala una rosa a quien amas.

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