TERCERA PÁGINA

La reconquista de Teruel

La batalla decisiva que dio la victoria a Franco duró nueve semanas y media

Luis Negro Marco

Luis Negro Marco

Casi podía haber sido el titulo de una película: Nueve semanas y media. Este es el tiempo que duró (del 15 de diciembre de 1937 al 22 de febrero de 1938) la batalla de Teruel, la batalla decisiva que decidió (precisamente cuando quienes la iniciaron pretendían todo lo contrario) la victoria de las tropas de Franco sobre las de la República, en la guerra civil.

El periodista inglés Henry Buckley, uno de los más honestos corresponsales extranjeros de cuantos cubrieron la contienda, envió varias crónicas sobre la batalla a su periódico, el Daily Telegraph. En una de ellas hacía una descripción sobre la ciudad bajoaragonesa: «Teruel aparece ante el espectador como una ciudad desolada. Una especie de Buxton (ciudad inglesa del condado de Derbyshire) español. Sus casas se hallan situadas sobre una pequeña colina, en medio de una cuenca rodeada de montañas romas, casi todas sin árboles. Teruel es conocida en España por marcar las temperaturas más bajas del país en invierno y es famosa por una leyenda que tiene como protagonistas a dos amantes».

Sobre ella, los españoles –poco dados al sentimentalismo– han popularizado el siguiente pareado: «Los Amantes de Teruel: tonta ella tonto él».

La toma de la ciudad del Torico había sido impecablemente planificada por el general Rojo y disciplinadamente ejecutada por las tropas al mando del general Líster, quien, a partir de las 3 de la tarde del 17 de diciembre de 1937 ( y repitiendo los movimientos tácticos que ya ejecutase en las batallas de Brunete y de Belchite) lanzó un gran ataque que dejó aislada a la ciudad, la cual albergaba entonces a unos 20.000 civiles y estaba defendida por unos 10.000 soldados, al mando del teniente coronel Rey D´Harcourt, quien el 8 de enero de 1938, ante la imposibilidad de resistir el asedio por parte de una fuerza muy superior en número y material, rindió la ciudad.

Teruel se convertía así en la primera (y la última) ciudad conquistada por las tropas de la República durante toda la guerra civil (17 de junio de 1936 a 1 de abril de 1939). El mérito de los soldados leales fue aún mayor si se tiene en cuenta las condiciones en que se produjo el ataque: con temperaturas a varios grados bajo cero, sobre un terreno abrupto, cubierto por la nieve y ventiscas de aire. Tal fue el intenso frío que los mandos de ambos bandos informaban en sus partes diarios de que la mitad de sus bajas no se debían a la metralla enemiga, sino a las congelaciones provocadas por las bajas temperaturas y el mal equipamiento de los soldados para hacerles frente.

Pero, superada la sorpresa de los primeros días (entre uno de los muchos misterios que se ciernen sobre la batalla de Teruel, uno de ellos es cómo la República fue capaz de movilizar hacia Teruel a 60.000 soldados y toda una enorme maquinaria bélica sin despertar las sospechas de Franco ni de su Estado Mayor) el Generalísimo de las tropas sublevadas se aprestó a la reconquista de la ciudad. Según sus planes, una vez reconquistada Teruel, ese logro le permitiría el avance hacia el Mediterráneo, pero también (a través del Bajo Aragón y la Franja oriental) hacia los Pirineos y Lleida, preludio de la toma de la codiciada plaza de Barcelona.

Así fue como a finales de la primera semana de febrero se produjeron los grandes movimientos del contraataque rebelde en torno a Teruel, por varios frentes (Alfambra, la Muela…) hasta que el 17 de febrero, avanzando por el norte, el general Yagüe logró aislar la ciudad con el decisivo apoyo de la División Navarra y de sus requetés, bajo el mando del general Varela. Cinco días después, la ciudad era reconquistada por las tropas de Franco. La batalla de Teruel había terminado.

El campesino

El general republicano Valentin González (apodado El Campesino), uno de los más míticos personajes de la guerra civil, estuvo al frente de una división durante la batalla de Teruel y fue el último en abandonar la ciudad antes de ser reconquistada por las tropas rebeldes. Como militar era poco valorado por los comunistas y hasta por la propia República, hasta el punto de que el presidente Azaña se refería a él despectivamente llamándole Amonasro, uno de los personajes de la ópera Aída, de Verdi. Sin embargo, gracias a su valor y al de sus hombres, las tropas republicanas pudieron retirarse, más o menos ordenadamente, de Teruel sin sufrir una gran debacle durante su marcha.

En sus memorias, El Campesino tiene duras palabras para los generales Líster y Modesto (ambos adscritos al PCE) quienes al mando de seis brigadas y dos batallones, fuera de la ciudad de Teruel, se negaron a socorrerle y lo dejaron solo en la defensa de la ciudad.

Así las cosas, la propaganda de los rebeldes anunció que El Campesino había muerto en Teruel y hasta los partes oficiales de guerra republicanos así lo atestiguaban también. Sin embargo, la noticia era falsa. Así que una vez a salvo y fuera de la ciudad, sabedor de su falsa muerte, El Campesino se puso en contacto telefónico con Indalecio Prieto, ministro de la Guerra de la República: –El Campesino al habla–. Imposible. El Campesino ha muerto (dijo Indalecio Prieto). –¿En serio? (sigue una infinidad de tacos, exabruptos y palabras malsonantes) –Espera. Ahora sí que te reconozco. Sé que eres tú por el vocabulario que empleas.

Combate aéreo sobre Teruel

El 21 de febrero de 1938, un día antes de ser reconquista por los rebeldes, tuvo lugar un gran combate aéreo sobre la ciudad de Teruel en el que participaron un centenar de aparatos de ambos bandos. «Se produjo una melé inmensa y yo decidí situarme por encima para tratar de cazar a los que salieran desorientados. Tenía la sensación de que tenía a alguien detrás, pero miraba y no veía a nadie. En ese momento, un Chirri (avión italiano Fiat CR.32) me entró desde las seis y me embistió. Perdí el colimador, la portezuela de entrada a la cabina y alguna parte más del aparato. Después del choque, el Chirri se quedó quieto delante de mi Chato (avión ruso Polikarpov) y yo, instintivamente, abrí fuego y lo alcance. Debí herir al piloto, porque no lo vi salir de la barrena en la que entró». Quien así se expresaba era el barcelonés Francisco Viñals (1914-2012) sargento piloto de caza del ejército republicano. Y el piloto al que había abatido era el bilbaíno Carlos Haya (1902-1938), as de la aviación del ejército rebelde (contaba con más de 20 derribos de aviones enemigos en su haber), cuya muerte tuvo una gran repercusión en ambos bandos.

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